Hola, me llamo Juan, y os voy a contar mi historia hasta ahora, mi momento de frustración.
Era septiembre, mis padres me dejaron a las puertas de un nuevo internado. Tenía miedo, yo no era fan de los colegios internos, suponía dejar atrás muchas cosas.
Mi nuevo director me acompañó a mi habitación que, tal y como me la había imaginado, era sombría y triste. Como era el primer día, no había clase y podíamos explorar el colegio, así que dejé mis maletas tal cual y bajé al patio a ver si me animaba un poco. En efecto, era un patio precioso con una gran fuente en medio, y unos jardines llenos de flores.
Unos chicos se me acercaron, vestían de negro y tenían cara de buscar pelea. Debían de ser los típicos que pegan a los nuevos, porque el que parecía el líder me propinó una patada en la espinilla, gracias a la cual acabé en el suelo. El patio ya no me parecía tan bonito.
-¿Tiene miedo el niñito de mamá?-me dijo el de la derecha. Los demás rieron.
-No, lo tiene el imbécil del abusón.-No sabía quién lo había dicho, pero ya me caía bien.
Me giré y vi a una niña rubia con ojos verdes. Ella y su grupo de amigas fulminaron con la mirada a los chicos. No supe por qué pero estos se largaron con cara de asco. Me ayudaron a levantarme y sentarme en un banco. Aún me dolía la pierna.
-¿Qué tal estás?-Me preguntó la niña que supuse que era la que insultó al abusón.
-Bien, pero, ¿por qué me habéis ayudado?-Parecía obvio, pero tenía mis dudas sobre qué iba a responder.
-Porque no es justo que nos quedemos mirando mientras te machacan.-Era una respuesta razonable, pero tenía otras preguntas en mente: ¿Cómo se llamaban?, ¿me dejarían entrar en su grupo?, ¿sería capaz de protegerme en otras ocasiones?, ¿podría llegar a plantar cara a esos abusones?, ¿cuándo era la hora de la comida?… ¡Tenía hambre!
No tuve que preguntar, porque me resolvieron casi todo al instante. No os olvidéis del “casi” porque, desafortunadamente, no me dijeron la hora de la comida.
-Me llamo Laura.-Se presentó. Y a continuación, todas fueron diciendo sus nombres como si lo hubieran estado ensayando: Sofía, Andrea, Covadonga, Elsa y Esther.
-Yo Juan, encantado.
-¿Te apetece unirte a nuestro grupo?-Preguntó Andrea. Yo ya tenía pensada la respuesta desde que me salvaron:
-¡Sí!
-Vale, pues tienes que aprender a defenderte, porque no vamos a estar siempre ahí para protegerte -dijo Elsa.
-Además, si ves a alguien en apuros,-empezó a decir Sofía-deberías poder ayudarle.
-Ven esta tarde al gimnasio y te enseñaremos a apañártelas solo.-Añadió Esther. Siempre se me había dado bien el deporte, pero algo me decía que no iba a ser simplemente eso.
Me presenté allí a las seis, pero no había nadie. Reparé en una sombra detrás de una columna. Mi instinto me decía que iban a tenderme una emboscada. Silenciosa y rápidamente, me escondí tras una pila de colchonetas preparado para invertir los papeles. Les iba a salir el tiro por la culata. Lancé un balón que se encontraba a mi lado contra la puerta e, inmediatamente después, cinco chicas salieron de sus escondites. Aproveché su confusión para saltar sobre ellas. Caí sobre Covadonga, que a su vez derribó a su compañera, y así sucesivamente cayeron todas gracias a una especie de efecto dominó humano.
De pronto, salieron de la nada los abusones que me habían golpeado antes. Mis amigas se hallaban en el suelo, cosa que facilitó que cinco de ellos las inmovilizaran.
-¿Y ahora qué, gallinita?-Me preguntó el que debía de ser el líder. Me había vuelto valiente y quería pegarle y dejarle mi marca para siempre, pero no quería ser como ellos: un muro duro con moho e imposible de penetrar. Quería ser como mis amigas: una valla cubierta de dibujos alegres, con una puerta abierta a todo aquel que lo necesita.
Y aquí me encuentro, en medio de la confusión. No sé qué hacer.
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