William
Allí estaba la puerta que tanto anhelaba encontrar, justo enfrente de mis narices. Era un sueño hecho realidad.
Todavía recuerdo, como si de ayer mismo se tratase cómo empezó todo.
– ¡William! ¡Acuérdate del pacto! ¡No se te ocurra decírselo a nadie, que te la ganas!
– ¡Que sí pesado! ¡No vayas a ser tú el que se lo diga a su hermanito mayor!
Éste era mi amigo Reich. Siempre me recordaba, todos y cada uno de los días que nos veíamos, desde hacía ya dos años, que no le podía contar a nadie sobre lo que habíamos pactado.
Llegué a mi casa cinco minutos tarde, y cuando entré por la puerta ya olía a los famosos calabacines de mamá.
– ¡Ya estoy en casa! – grité mientras subía a mi cuarto.
Nada más cerrar la puerta, ésta se volvió a abrir.
– ¡Will! Te he echado de menos – dijo Carola pegando un salto y acabando, como siempre, en mi espalda.
Carola, era mi compañera de aventuras, en realidad, sin ella no habría juego divertido existente. Ella era la imaginación personificada. Le gustaba pintar, siempre con algún tipo de verde. Escribía cuentos interminables que proseguía cada noche. Pero, sobre todo, le apasionaba patinar con su monopatín azul, mientras yo iba con mi bici negra. Era el tipo de hermana que todos querrían tener. Mi hermana tenía pelo rubio y tez morena; era completamente opuesta a mí. Aunque yo era alto para mi edad y era un año mayor que Carola, ella me alcanzaba en altura. Yo era pelirrojo por aquel entonces y, como decía Carola “blanco nuclear”.
– Pero si me has visto hace nada Crol, digo Carol.
-Ja, ja, ja… muy gracioso, William.- Lo dijo de manera sarcástica, tanto que creí que de verdad se había enfadado, hasta que salió corriendo mientras gritaba que ella se comería todo el calabacín.
Ese día me escapé de casa. La hora del pacto había llegado. Debía estar en la estación de tren a las doce y media de la noche.
Antes de bajar las escaleras, dejé el sobre de mamá y el de Carol en el mueble del pasillo que compartía con mi hermana. Un cuarto a cada lado, una puerta verde con flores y otra gris con guitarras. Dos sobres, dos cartas, dos despedidas, dos personas importantísimas en mi vida, dos “ojalá nos volvamos a ver”.
Eran ya alrededor de las doce y cuarto cuando llegué a la dichosa estación donde había quedado con Reich, para dar comienzo a nuestro pacto.
El origen de todo fue un sucio papel con frases escritas por aquí y por allí sin conexión aparente entre unas y otras.
El equipo con vosotros portareis
Una espada para activar las cuatro esquinas
Metal, Madera, incluso Cristal
Una relación de amistad de las tinieblas os librará
Eso rezaban algunas de ellas. No conseguíamos entenderlas, ni siquiera relacionarlas. Días y noches estuvimos pensando, pero no conseguimos nada. Pactamos no compartir la existencia de ese papel con nadie y, cuando tuviésemos más pistas, llevaríamos a cabo eso que se nos pedía.
Un mes más tarde nos llegaba un sobre diciendo lo que esperábamos: dónde empezaba nuestro viaje.
“Estimados William y Reich:
Se habrán preguntado que son todos esos papelitos con frases al azar que les han ido llegando… pues bien, han sido preseleccionados para una misión casi imposible, en la que han entrado dieciséis adultos y ninguno ha llegado al final. Esta vez el Ministerio ha decidido escoger a dos adolescentes con unos dotes especiales. Llevamos casi cuatro años observándolos; sus aptitudes son extraordinarias. Reich es un auténtico genio con los ordenadores y el Coeficiente Intelectual de William es superior al de cualquier adolescente o adulto registrado hasta el momento. Les esperamos en el parque Rocher a las 21:00 pm del jueves. Sean puntuales.”
Después de haber pasado por sitios en los que necesitabas usar tu mayor ingenio, donde tenías que guiar al otro para no caer en las fauces de feroces cocodrilos, donde existían árboles que te enredaban los pies con sus raíces si pisabas un cuadrado en concreto. Habíamos huido de hombres y mujeres disfrazados de maneras que daban miedo. Y después de haber presenciado todo aquello, ya no tenía miedo. Nos creíamos invencibles.
Cuando recibimos la carta que nos decía dónde empezaba la misión, supimos que sería un viaje largo y difícil. Pero nos gustaban los retos.
Y ahora, ¡al fin!, habíamos encontrado la puerta que buscábamos. Era inmensa, blanca, con una raya azul discontinua, que caía desde el techo. Estaba empotrada en una pared color amarillo pollo, sin pomo ni llave. Junto a ella había una mesa ovalada, en la que se encontraban un reloj parado, una espada y un interruptor.
– ¡Reich! No hay con qué abrirla, ¿Qué hacemos?
– A ver Will, gracias a nuestro intelecto hemos podido llegar, vamos a pensar un momento.
-Tío, Will, ya lo sé, ¿te acuerdas de aquel papelillo? El primero de todas las notas.
– No sé a dónde quieres llegar.
– Las frases en cursiva que tantos dolores de cabeza nos han dado, pues…- de un momento a otro dejé de escucharle, ya lo había entendido, esas dichosas frases, sí tenían sentido. Eran simples sinónimos o definiciones de las palabras originales.
El reloj hacía referencia a la llave, porque con ella se le podría dar cuerda; el final de una espada se llama pomo, una vez lo leí en el diccionario; pero no encontraba el sentido del interruptor.
Reich lo comprendió a la primera, y nos pusimos manos a la obra. La llave estaba dentro del reloj. La espada se podía desmontar. Pero cuando toqué el interruptor, se escuchó un grito.
-Will ¿qué has hecho? ¡no veo nada!
-¡No te muevas Reich! Hay un agujero entre nosotros, y te vas a caer.
En el momento en el que el suelo se abrió, supe que era una prueba más que tendríamos que resolver, la frase relacionada con las tinieblas. Yo le tendría que guiar.
Continuará.
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