Los ojos de la bestia

Los ojos de la bestia

Carlos Deza

04/02/2018

No se había visto una tormenta así desde el 4 de enero de 1984. Chaparrones de agua caían desde las nubes a una velocidad de vértigo hasta que caían en el suelo, desapareciendo junto a la encharcada acera de la calle Rees. Pero la cantidad de agua que caía de aquellas nubes negras que inundaban el cielo no era lo peor. Lo peor era el viento, amenazando con derribar árboles y hacer volar a los coches con su majestuosa fuerza. No había ninguna luz encendida, ni ninguna persiana subida en toda la calle. Cosa que no le sorprendería nadie, dado que son las dos de la mañana y viendo la enorme tormenta que intentaba destruir la ciudad entera. Nada se movía en toda la calle. Nada salvo las hojas de los árboles, que parecía que se fueran a caer en cualquier momento, y Mike. Mike era la única persona que estaba caminando, no solo por la calle Rees, sino de toda la ciudad.Pero la elección de ir por la calle no era suya. Había tenido que trabajar todo el día. En el restaurante en el que trabajaba les faltaba personal, así que tenía que trabajar todo el día hasta que contrataran a más gente. Lo bueno es que, al trabajar más, le pagaban más, y la verdad, es que a Mike le venía bastante bien, ya que no andaba sobrado de dinero. Pero Mike tenía demasiado frío como para preocuparse sobre el trabajo. Tan solo tenía una sudadera fina para abrigarse, porque esta mañana hacía veintiún grados. Parece increíble que el tiempo haya cambiado de una manera tan bestia. Y encima estaba calado hasta los huesos.

– Menudo resfriado que voy a pillar – se dijo Mike para si mismo

Siguió caminando por aquella oscura y tenebrosa calle de brazos cruzados para protegerse del frío y con el pelo por toda la cara debido a la fuerza del viento. Mike levantó la cabeza y vio una luz. Una luz procedente de una puerta abierta de un edificio rectangular de color gris. El edificio no tenía ninguna ventana, cosa que le extrañó mucho, pero no era el momento para criticar el trabajo de los obreros. Si hay una puerta abierta con la luz encendida, significaba que había alguien dentro y quizá le permitía quedarse un rato dentro para resguardarse del frío. Caminó hasta la puerta y miró que había en el interior. Era una sola habitación con un techo altísimo y las paredes de color amarillo con cientos de cajas. Preguntó si había alguien dentro pero nadie contestó, así que decidió entrar (no sin antes avisar de esta acción). Nada más pasar, cerró la puerta para que no se colara el frío. Miró a su alrededor en busca de algo más aparte de montones de cajas, pero no encontró nada. Se sentó en una caja que tenía a unos pasos a su izquierda para descansar un poco. Se acercó las manos a la boca y las hecho aliento para calentarlas. Estaba muy agotado. Le dolía todo el cuerpo y se le cerraban los párpados del sueño. Decidió echarse una siesta para descansar un poco. Y como no había nadie dentro, no le importaría a nadie. Cogió otra caja que había cerca y la puso al lado de la que estaba sentado ahora mismo. Se recostó en las cajas entre gemidos por el dolor. Veintidós segundos después de tumbarse, Mike ya se había dormido. Normalmente le costaba dormirse, pero con tanto sueño se durmió al instante. Y ahí se quedó, tumbado en las dos cajas durmiendo para reponer fuerzas rodeado de un penetrante silencio del que dentro de poco cesaría, haciéndolo despertar.

Mike abrió los ojos desconcertado debido a la música que lo había despertado. Se sentó en la caja en busca del lugar de procedencia de esa canción. La música venía de todas las direcciones pero en ninguna de ellas había un altavoz. También le sonaba mucho la melodía, pero no recordó donde la había oído. Escuchó detenidamente la música para ver si podía recordar algo, pero en vano. En lo que sí se fijó fue en lo tenebrosa que era, capaz de dar escalofríos de auténtico terror a cualquier persona que se encontrara en lugar oscuro y solitario. De repente, sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de una cajas cayendo. Sintió puro terror al oír eso. Se giró en la dirección de la que procedía el sonido y vio como, a unos diez metros de él, una figura se levantaba por detrás de unas cajas. De ellas salió un monstruo de dos metros exactos con los ojos blancos, al igual que la enorme fila de colmillos que tenía dentro de las fauces, que resaltaban con su completa piel negra. A Mike le cayó una gota de sudor por la mejilla derecha cuando vio como aquella horrible criatura se giraba en su dirección dirigiéndole una enorme sonrisa, donde se pudieron ver sus cuarenta colmillos con manchas rojas en las puntas. Entonces, las luces se apagaron, y Mike se quedó en completa negrura pudiendo ,ver solamente, los ojos de la bestia. Y entonces, ambos se apagaron. Mike se dio la vuelta para poder llegar a la puerta y huir de esa situación, pero chocó de morros contra la pared. Se movió hacia la izquierda palpando la pared en busca de la salida sin mirar atrás. Después de siete segundos, encontró la puerta. Agarró el pomo y justo cuando iba a abrirlo, unos brazos se le aferraron por la cintura, y de los brillantes colmillos blancos se escuchó un murmullo.

– Te estamos esperando aquí abajo.

Acto seguido, empujó a Mike hacia atrás, soltando un alarido capaz de asustar a cualquier persona. Lo tiró a un hueco enorme que había en el fondo del edificio. Al llegar al suelo, Mike notó que había caído sobre un montón de cadáveres y se dio cuenta de que iba a servir de comida para la bestia, que volvió a esconderse esperando a otra desafortunada víctima.

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