Una visita inesperada

Una visita inesperada

Maria Antonietta

26/12/2024

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Hoy también me despierto al mediodía. Me volteo de lado, dando la espalda a las ventanas, y me tapo los ojos con la almohada, para esconderme de los rayos de sol que atraviesan mis persianas destartaladas y eternamente cerradas, intentando volver a dormirme. Lástima que me llamen a la puerta. ¡Qué raro! Pues, me levanto con dificultad y voy a abrir.

«¡Hola, son veinte euros!» me dice una joven mujer y, sonriéndome, me entrega una bolsa de papel.

«¿Qué es?» le pregunto aún adormecida, poniéndome una mano sobre la nariz, para protegerme de la luz cegadora de afuera.

«Su comida» responde.

«¡No me parece haberla pedido, se habrá equivocado!»

«¿Es usted la Señora G. S.?» me pregunta.

«Sí, soy yo».

«Entonces, es suya» me dice.

No tengo ganas de discutir, pues, agradeciéndole, cojo la bolsa y la apoyo en el suelo. Luego, acercándome al perchero, saco del bolsillo de mi chaqueta unos billetes arrugados.

«¡Qué linda casa!» exclama ella, echándole un vistazo desde el umbral. «Pero está un poco oscura, ¿no le parece?»

Sin esperar mi respuesta, la entrometida ya está en mi hogar, metiendo su curiosa nariz en todas partes, abriendo cortinas, ventanas, persianas, y recogiendo mi ropa del suelo.

«Hey, ¿cómo se permite husmear por mi casa?» le grito fastidiada, mientras, persiguiéndola, intento detenerla, pero sin éxito.

«¡Qué sol tan espléndido! Sería una pena dejarlo fuera, ¿no lo crees?» me dice tuteándome.

«No, no lo creo» le respondo secamente, recuperando mi ropa de sus manos. «Y ahora, si no le molesta, preferiría que se marchara». Pues, le doy el dinero y, agarrándola por un brazo, la acompaño a la puerta.

«Ay, vamos, no seas tan gruñona» responde y, liberándose, se va pirueteando alegremente hacia mi dormitorio, como si fuera un pajarito feliz.

Superenfadada, la alcanzo, le echo una mirada feroz y casi le doy una patada en el trasero si no fuera que, al encontrar sus grandes ojos brillantes, me parece entrever en ellos algo familiar.

«¡Anda, vístete, salgamos a divertirnos!» me dice la atrevida. Mientras tanto, saca de mi armario un viejo vestido rojo. «Era tu preferido, ¿recuerdas?»

«¿Y cómo lo sabe?»

«¿En serio no me reconoces?»

«No, pero me gustaría saber quién es usted, dado que ha irrumpido en mi existencia como un huracán».

Rápido me coge de la mano y, contra de mi voluntad, me arrastra hasta el baño, me lava, me viste, me peina y me pinta los labios. Luego, girándome hacia el espejo, exclama: «¡Esa soy yo!»

«¡Váyase inmediatamente!» le grito, alterándome aún más, y con el dorso de la mano me quito enérgicamente el brillo de los labios. «¿De verdad pensaba que le creería y le permitiría cambiar mi vida?»

Dicho eso, le doy un empujón tan fuerte que ella se cae al suelo y, dejándola allí sollozando, me apresuro a cerrar persianas, ventanas y cortinas.

No la veo irse, pero oigo el chirrido de la puerta blindada que se abre y cierra.

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