Malena estaba segura que se había metido la noche que olvidaron cerrar una ventana. Esa semana se había sentido rara, con náuseas. Lo atribuyeron a la comida.
Por un tiempo no notaron nada, hasta que pasó lo de las camisetas.
— ¿Te compraste otra igual? — preguntó Malena, que solía doblar la ropa.
— No, tengo una sola. — dijo Juan.
Malena señaló la cama. Sobre el acolchado blanco había dos remeras verde lima idénticas. Notaron que tenían la misma mancha, del mismo color y tamaño, exactamente en el mismo lugar. Una estaba caliente. A la semana no pudieron encontrarla por ningún lado.
Con el tiempo te acostumbrás — suele decir Malena. Aprendés a darte cuenta — le repite a las visitas.
— ¿Y ahora sabés en qué o dónde está?
Malena evita responder cada vez que puede. No le gusta sentir que van sólo para verlo. Se encoge de hombros y responde con sequedad, tratando de cambiar de tema — No, ni idea —. Pero a veces insisten.
— Ahí, la manzana esa.
— ¿Cómo sabés que no es una manzana nada más?
— Siempre hay algo. Es un detalle, nada llamativo.
— Pero si no tiene nada, Malena.
— Fijate bien. Acercate y decime porque depende de cada uno.
Ese había sido el primer gran descubrimiento. Que a cada persona se le manifestara de distintas formas. Con Malena era el olor. Normalmente un perfume dulce y fresco que repentinamente se volvía nauseabundo, casi insoportable. Olor a vómito — decía. Para sus amigas era el color o un sonido. Refleja la luz de una forma rara, como para adentro — había notado un vecino. Parece dibujado — decía.
Con Juan era difícil porque evitaba el tema, pero se había visto obligado a responder a unos amigos por compromiso. Algo parecido a la carga estática — dijo — cómo si me vibraran los huesos, es raro.
Una mañana Malena lo vió mutar. Vi de reojo que algo se movía y cuando giré estaba ahí, en la mesada — le había dicho a Juan por teléfono. Es como una bola negra, muy oscura y opaca, del tamaño de un pomelo. Está repleta de pinchos y se agranda y achica, como si respirara — añadió. Esa noche hablaron del tema en la cena.
Fue menos de un segundo — repitió como si Juan no le creyera — enseguida se transformó en el florero.
Juan miró el florero azul marino con jazmines blancos en la cocina. Se levantó de la mesa, lo agarró con fuerza y salió por la puerta.
— Basta, se terminó.
— ¿Adónde vas?
— ¿Y a vos qué te parece?
Juan cerró la puerta del ascensor rápidamente. Malena fue corriendo al balcón para ver. A los pocos segundos vio a Juan caminando enérgicamente hacia el bote de basura que estaba cruzando la calle. El florero era ahora una radio gris.
Juan abrió el cubo amarillo y arrojó la radio.
Se giró para ver a Malena en el balcón y vió su expresión de terror, antes del grito.
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