Cutis imberbe

Cutis imberbe

VDL

15/01/2025

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El jueves que viene cumple veintisiete, no se le ha conocido nunca ni pareja ni ningún tipo de vello facial. Solo sabe que hace dos lunes apareció la cuchilla, y desde entonces, sin necesidad de explicar por qué, se afeita con determinación y paciencia el mismo cutis imberbe.

Ahora es demasiado tarde, y no porque sean las ocho y cuarto u ocho y veinte —desde el suelo no puede situar del todo bien las agujas del reloj—, sino porque es demasiado tarde en general. Poco puede hacer, por eso se siente aún más decepcionado consigo mismo. ¿Cómo no se ha ido percatando paulatinamente? Hace dos semanas que algo no le cuadra, pero da igual, cada mañana antes de presentarse a desayunar llena el lavabo de agua caliente, remoja la suave piel de su cara, se esparce un puñado de espuma y agarra esa cuchilla que acaba de conocer. 

 Al pasarla por el cuello el corazón siempre late con más rabia. El espacio no parece que llegue a dos metros de ancho y tres de largo, tres y medio como mucho. En la posición actual no logra calcular de manera fiable. En condiciones normales habría echado mano de su zancada de un metro o de sus palmos de veinticinco centímetros para cuadrar la estimación. El vaho recubre el planeta y sus memorias. Es demasiado tarde pero no deja de dar vueltas a quién, a cómo y a cuándo. El caso es que surgió, junto al cepillo de dientes, y cada día pesa más y hace más daño al raspar la carne viva.

Siente un escalofrío y no quiere seguir. Se planta y baja los brazos, arrepentido de todo lo que es. Jura que nunca más se dejará llevar. Ya no está en el espejo rojo. Afuera en la ciudad un camión ha llegado con merluza y bacalao directo del Mercado Central. El pescadero lo recibe en la puerta y gritan porque están vivos, aunque dentro de ese raquítico rincón de aseo solo se escucha el goteo de un grifo que nunca cierra del todo.

La cuchilla sube y baja ella sola tras la huelga de los brazos, todo sigue su curso, y el cuello está tan caliente y palpitante que se enciende, ruge incandescente y explota en mil pedazos. Desde el suelo la vida se calma de pronto, hay menos prisa, no importa si son y cuarto o y veinte. Son tres hojas afiladas, ni más ni menos, pero por lo menos han tenido la decencia de bajar a acompañarlo y se han sentado un ratito junto a él. Buen detalle, la verdad. Nadie debería pasar por algo así en soledad.

Ahora hay que limpiar todo esto. La cuchilla va en busca del cubo, la fregona y la lejía. Lo deja todo como nuevo. Huele fuerte esa lejía. Quizás ayude abrir el ventanuco, capturar las voces del pescadero, regar la planta. Quehaceres mundanos de quien está dispuesta a esperar de nuevo su momento con determinación y paciencia, oculta en su escondite.

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