Tomás, un desconocido en su pueblo, pero muy afable, un día, mientras desayunaba, sintió un dolor de muelas agudo. Al principio pensó que sería algo pasajero, pero el malestar se intensificó y fue a la ciudad a chequearse.
Su dentista, que lo había atendido la semana anterior, se sorprendió al divisarlo.
Marcos, tengo un dolor de muela horrible. Dijo casi sin abrir la boca.
Qué extraño. Déjame revisarte.
Tras una revisión rápida, Marcos descubrió que una de las muelas de arriba del costado derecho había crecido mucho.
Esto es inusual. Dijo con preocupación. Tendré que extraerla de inmediato.
El proceso fue rápido e inmediatamente Tomás sintió alivio, pero esa misma noche, mientras dormía, el dolor regresó más intenso. Al pasar su lengua por el lugar de la extracción, sintió pánico y corrió a mirarse al espejo: la muela había crecido nuevamente.
No logró dormir. Constantemente revisaba la zona dolorida como asegurándose de que fuera cierto. Regresó al dentista temprano en la mañana.
¿Qué ocurre? Preguntó Marcos.
La muela me volvió a crecer.
Eso es imposible. Respondió al revisarlo. Primera vez que veo algo así.
Decidieron extraerla nuevamente, pero antes de que Tomás pudiera retornar a su casa, la muela reapareció en el mismo lugar; un par de horas después, la muela alcanzó el tamaño de un miniencendedor.
Tomás volvió desesperado al dentista, pero, a pesar de sus esfuerzos, Marcos no pudo hacer más que consultarle a algunos de sus colegas; estos llamaron a otros y así, en pocas horas, médicos, científicos y curiosos coincidieron en el consultorio para divisar cómo la muela de Tomás crecía desproporcionadamente.
La noticia recorrió el pueblo e incluso varias ciudades. Reporteros e influencers llegaban para constatar aquello que el gremio médico no lograba comprender.
En menos de seis meses, la muela superó los 1,60 cm de un Tomás, que, incapaz de moverse libremente, se convirtió en una celebridad. Gente de todo el país e incluso turistas extranjeros visitaban el pueblo para conocer al «Gran Molar».
Uno de los pobladores decidió vender camisetas impresas con el molar, otro más arriesgado decidió abrir un puesto de comida rápida que más tarde terminó convertido en restaurante.
A medida que la muela crecía, las calles del pueblo se ampliaban y pavimentaban. El alcalde decidió construir una posada; otros, con inversión extranjera, construyeron una clínica; incluso una ensambladora de autos y hasta un aeropuerto.
Tomás también aprovechó la ocasión y, a pesar de la incomodidad y el dolor que sentía, asimiló su nueva realidad y se convirtió en un orador motivacional y abrió su propia productora de eventos.
Un día, en medio de una conversación multitudinaria, Tomás sintió que la muela, que había estado creciendo lentamente, dejó de hacerlo. Pero, aunque nunca nadie consiguió extraerla, Tomás continuó con su vida de empresario y motivador reconocido, ahora sin dolor.
Aún hoy, después de diez años de su desaparición física, al museo-mausoleo en la entrada de la ciudad de Hatoviejo Bolívar siguen llegando grandes cantidades de personas y de flores cada mes.
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