«Sombras en la Casa del Olvido»

«Sombras en la Casa del Olvido»

Rubi Galindo

15/01/2025

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La casa sabe de mi lo suficiente. Se rehúsa a dejarme ir, la visito a menudo cuando mis ojos naufragan en el profundo sueño. Cada rincón de la casa, cada minúsculo recoveco esta tatuado en mi memoria, como si nunca me hubiese marchado de allí, en ocasiones su simetría puede variar un poco, de repente se le suma un piso, o sus paredes se transforman en ruinas. No importa que hazaña o aventura onírica se me presente, al final siempre me siento atraído hacia ella, me supera el afán de atravesar la portería e infiltrarme entre sus muros. Es habitual que la llave este en mi posesión, que las puertas se abran ante mí o me apresure en cruzar un laberinto de escombros solo para echar un vistazo a su interior. Siento que la casa me llama. Finalizo la jornada escolar, de repente me encuentro transformado en mi versión del pasado, aun habitando allí, pero con un sentir que me susurra “Ya no perteneces aquí”. Busco refugio en mi habitación, algo me dice que debo llegar allí y hacer un espectaculo para apaciguar mi intranquila conciencia, cruzo la sala de estar y allí está, mi familia, todos me miran con extrañeza, hay más objetos de lo usual, me intriga una creciente mancha en la pared y un mueble que nunca estuvo allí. Me aproximo a la ventana y desde dentro el mundo siempre está de noche. Tengo miedo de regresar. La ventana se tambalea y el vértigo me carcome las entrañas. Despierto de nuevo. Creo que la casa se ha sentido sola. ¿Será acaso sus nuevos inquilinos? Nunca sentí curiosidad sobre ellos, durante mis caminatas cotidianas suelo transitar ese callejón, la observo a la distancia y ni un sentimiento se delata en mi más que amarga indiferencia, creo que tal vez he sido egoísta y no tuve la capacidad de ver que es ella quién quizá me mira con tristeza. Es posible, solo digo, que nuestras angustias y alegrías aún descansen bajo las baldosas, y que sus huellas no hayan podido borrar las nuestras. No lo sé, pero una vez me veo arrastrado allí, me siento indefenso. No sé lo que sea, pero tengo una sospecha. La casa sabe de mi lo suficiente. Me espiaba detrás de las cortinas y paredes, siendo testigo de mi temprana deshumanización, de mi vergüenza y tentación repetida, escuchaba mis plegarias rebosantes de culpa e inquietud, apretando mis costillas para sacar por las ventanas de mis ojos restos de podredumbre para resarcir sus cimientos. Ahora se infiltra en mis fugas nocturnas, para asegurarse de que no olvide la verdad que de mi ella sabe. No puedo escapar. Estoy seguro de que la casa tiene brazos, y con ellos me obliga a realizar el bochornoso espectáculo infinitas veces. Estoy seguro de que la casa tiene ojos y no se cansa de mirarme.

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