Recuerdo nítidamente la noche en la que desapareció mi abuelo. Estaba tan borracho que no reparé en las llamadas perdidas que se acumulaban en mi buzón de voz, las cuales tampoco fueron tantas, un par de perdidas de mi madre y una tercera de mi padre para que entendiese que era algo gordo.

Y pensar que alguien tuvo que sacar un gramo de farlopa para que yo ofreciese mi teléfono como bandeja y así entrever la urgencia de mis familiares en la pantalla…

Las farolas eran del color de siempre aquella noche, las calles quebradas y sucias con olor a pis, los mierdas de siempre donde siempre, también con olor a pis, todo era como siempre aquella noche, como cojones iba a imaginarme que justo el viejo se iba a morir? Que soy el puto genio de la lampara? Mi madre casi atraviesa el teléfono al devolverle las llamadas… como si fuese mi culpa no imaginarme que el viejo estaba escapando de casa en algún tipo de delirio, o cayendo por la ventana intentando ver cambiarse de ropa a la vecina… Quien piensa en eso con el ciego? Mi abuelo sabia lo que se hacia, no era ni mucho menos un pobrecito, mas bien lo contrario, un cabrón se diría, me enseñó a beber y a insultar, y a soltar una torta a tiempo, era de puta madre, y no se si la locura es capaz de alcanzar a esa gente que ya esta loca. Por eso me sorprendió tanto que desapareciese. Aunque no tanto como descubrirme a mi como único heredero de la que había sido su casa. Que?

Mas sorprendidos estaban mis tíos. Sabia que le caía bien al viejo pero de ahí a dejar su herencia en manos de un politoxicómano nose… y mas después de abandonarle en sus últimos años de vida. La verdad que tampoco me costo mucho trabajo aceptar el regalo y hacerme a la idea de que ahora podía vivir allí, y que no volvería a verle la cara a mis entonces compañeros de piso, o de punto o lo que fuese aquel sitio donde paraba a veces a dormir. Ahora yo tenia una casa propia, era el propietario.

La cuestión es que tardé menos en mudarme a su casa que en llegar al ¨funeral¨ que montaron para despedir su espíritu o lo que sea que despidiesen porque nunca encontraron el cuerpo, desapareció sin dejar pista y nadie ha vuelto a verlo. Necroburocracia cristiana supongo. 

Al llegar a su casa y abrir la puerta casi me desmayo, el puto viejo estaba allí, charlando en el salón con una zorra rumana de unos 20 años, el muy cerdo había simulado su muerte y me había escogido a mi para guardar el secreto. El sabia como era yo, y yo como era el… obviamente nos subestimábamos, cuando me vio, dijo:

– Pasa, siéntate, tenemos mucho de lo que hablar… y las amigas de Ruanna están por llegar…

El puto viejo me enseñó a vivir, pero jamás imaginé que también me enseñaría a morir.

Me senté y le ofrecí un cigarro.

Puntúalo

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