EL ASCENSO DE LEOPOLDO

EL ASCENSO DE LEOPOLDO

Julliette

13/01/2025

2 Aplausos

0 Puntos

21 Lecturas

EL ASCENSO DE LEOPOLDO

Leopoldo despertó en su cama, como todos los días, pero algo en la quietud del lugar le parecía diferente.

La luz del amanecer se filtraba de manera irregular a través de la cortina, creando sombras largas que no parecían corresponder a la forma de los muebles. La inquietud se instaló en su pecho, y al levantarse, se dio cuenta que sus movimientos ya no eran los mismos, como si algo adentro de él hubiera cambiado. Sin embargo, decidió vestirse y dirigirse al trabajo como si nada fuera distinto.

El edificio donde trabajaba era el mismo: frío, de paredes grisáceas y pasillos interminables. Pero al llegar a su oficina, encontró algo extraño: su nombre ya no estaba en la puerta. En su lugar, había un número. El número 27. Se detuvo frente a ella, confundido. No sabía qué hacer. Nadie parecía prestarle atención. Los empleados pasaban a su lado, tan ajenos a su presencia como si fuera invisible. Nadie le habló, ni le ofreció un saludo, como si fuera solo una sombra más en ese lugar.

Finalmente, un hombre, al que nunca había visto antes, se acercó a él con una carpeta bajo el brazo.

“Leopoldo”, dijo, sin mirarlo directamente. “Su ascenso a sido confirmado. Debe presentarse al nuevo nivel del trabajo.”

Leopoldo no comprendió.

¿Ascenso? No había solicitado ninguno. No había habido ninguna reunión ni comunicación. Pero, sin embargo, la palabra “ascenso” parecía la respuesta adecuada.

El hombre le entregó una llave sin decir nada más. Al tomarla, Leopoldo sintió un peso extraño, como si la llave fuera más que un simple objeto., como si representara su destino, algo que debía abrir, algo que debía cumplir.

Subió al ascensor con el número 27 grabado en la puerta. Al entrar, las luces parpadearon brevemente, pero no dijo nada. Lo que le esperaba era incierto, pero él, sin pensar, presionó el botón del último piso. El ascensor comenzó a ascender lentamente, demasiado lento. Los pisos pasaban, pero su corazón latía más fuerte con cada segundo.

Cuando finalmente se detuvo, las puertas se abrieron, y se encontró ante un largo corredor vacío, más largo de lo que debería haber sido.

Al caminar por él, el aire parecía volverse más espeso, más denso. A lo lejos, una luz fría iluminaba una puerta cerrada. En la placa de la puerta, el mismo número 27.

Al abrirla, encontró una mesa llena de papeles, todos con su nombre, pero sin firmas, sin ningún tipo de anotación. Era como si hubiera sido convocado para llenar los huecos vacíos, para completar algo que no entendía. Sin embargo, en el fondo, algo le decía que la respuesta estaba justo allí, esperándolo.

El tiempo se desdibujaba.

Al final, cuando ya no podía recordar cuánto tiempo había pasado, Leopoldo se dio cuenta de que el ascenso no era más que una condena. El número 27 era su lugar.

Ya no había regreso.

Puntúalo

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS