Cuando desperté no sabía dónde me encontraba, desde luego no parecía lugar de este mundo, a mi alrededor los libros bailaban haciéndome corro a los sones de una música que no ensordecía pero que todo lo inundaba; a un cambio de ritmo, el tomo veintiocho de la Enciclopedia empezó a menear sus páginas con frenesí pélvico digno del mejor rock; la música cambiaba sin solución de continuidad; cuando sonó el twist la Ilíada y el Diccionario de la RAE (tomo A-F) se fundieron en un contoneo de contracubiertas espectacular. El espectáculo era no tanto turbador como afrodisíaco. El sentido del ritmo con el que se enzarzaban unos y otros podría ser digno del mismo Nureyev. De pronto cesó el vértigo del twist para comenzar la dulzura del Danubio Azul, sorprendiéndome ver como el Ingenioso Hidalgo sacaba a bailar a Ana Karenina fundiéndose en uno solo, entrelazando sus hojas en un volteo sin fin, haciéndome vislumbrar, casi sin querer, a Alexey Vrosnky a lomos de Rocinante mientras Sancho intenta detener tal desvarío. En el culmen del paroxismo, cuando aún no se habían ido las últimas aguas del Danubio, comienza a retumbar en toda la casa el frenesí de un chachachá, creo distinguir la voz del gran Tito Rodríguez desgranado “Los Marcianos” y, para mi sorpresa veo como se tiran abajo los Hermanos Karamazov, los tres, Dimitri, Iván y Alekséi, empujando en su caída a Jo, Meg, Amy y Beth, las cuatro hermanas March de Mujercitas, enramándose en una maraña de brazos, piernas y cuerpos que hubieran sonrojado al más osado voyeur.

Después de varias horas, cuando mi capacidad de asombro había sido ya rebasada ampliamente, las rendijas de la persiana dejaron filtrar los primeros rayos de luz de un nuevo día y todos ellos, con actitud cansina, quejándose unos del lomo, otros de la contracubierta, los más de la faja o de la guarda, fueron ocupando de nuevo sus sitios en los estantes, en espera de nuevas noches de lujuria y desenfreno.

Corrí a despertar a mi mujer que, a pesar de la algarabía dormía en la habitación de al lado. Cuando terminé de relatarle todos los prodigios vividos esa noche, me dijo que sería bueno que no estuviera tantas horas en la biblioteca preparando las oposiciones. Que me pasaban factura.

Puntúalo

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