Mi extraño hermano

Mi extraño hermano

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Si esa mañana alguien me hubiera dicho, cosa de todo punto imposible porque nadie conoce el porvenir, aunque algunos quieran atribuirse esa facultad, que iba a aparecer en mi vida un hermano del que desconocía absolutamente su existencia, me hubiera echado a reír hasta que me doliese el cuerpo de las contracciones y espasmos musculares.

Porque la posibilidad puede darse, es cierto. Devaneos pasados de mi padre, o de mi madre, esto último más difícil ya que ella nunca me ha ocultado nada, podrían haber dado lugar a que, en algún momento apareciese este desconocido afirmando, sin ninguna duda, que era hermano mío. Cómo pudo saber eso era algo que podría haber llegado a averiguar no sin cierta dificultad y costes, tanto económicos como temporales. Pero estarán conmigo en que saberlo compensa ampliamente estos otros menores inconvenientes.

Cuando apareció ante la puerta de mi casa lo primero que pensé es que se trataba de un demente, alguien con algún tipo de problema mental. En un primer momento mis dudas eran muy razonables y, con una buena excusa, podría haberlo despachado. Sin embargo, a medida que escuchaba su relato y las increíbles concordancias con mis propias vivencias y personas que me rodeaban, un sentimiento entre sorpresa, duda, miedo y, finalmente, felicidad por tal hallazgo, dieron lugar a que lo invitara a pasar al interior. Me eché a un lado y, a continuación cerré la puerta.

En esos momentos me hallaba solo en casa. Mis hijos estaban en la escuela y mi mujer los recogería en breve, por lo que no tardarían en aparecer por el piso y comprobar que me hallaba acompañado por un desconocido. Me sorprendió mucho que ya se hubiese sentado, no tanto por la evidente falta de educación por no haberle invitado a tomar asiento, cuanto por la rapidez en que recorrió el espacio entre la puerta y donde se hallaba el sofá, al final del pasillo que daba al salón. Era imposible que hubiese recorrido ese espacio en los pocos segundos transcurridos en darme la vuelta para acompañarlo. Tampoco me había parecido oír que corriese por el pasillo. Sea como fuere me dirigí hacia donde se encontraba y me senté en un cercano sillón. Él me miraba con una amplia sonrisa en su rostro sin decir palabra, esperando que yo iniciara de nuevo la conversación planteándole mis preguntas de por qué aparecía él en ese momento o cualquier otra similar. Sin embargo, antes de que formulara la cuestión él comenzó a responderla.

Y fue entonces cuando empezó a apoderarse de mí un temor que, como puede entenderse, tampoco pasó desapercibido a aquella extraña persona que decía ser mi hermano. Él siguió hablando, ahora contándome una serie de hechos que, decía, iban a ocurrir en breve. No podía dejar de escucharle. En cierto momento interrumpió su fantástico relato anunciándome que mi mujer y los niños estaban subiendo. Y así fue. El timbre sonó y miré hacia la puerta. Después volví a mirarlo.

No había nadie y el cojín estaba hundido.

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