La tercera mano

La tercera mano

Maite Doménech

13/01/2025

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Un buen día me levanté de la cama. Era un día como otro cualquiera dentro de mi mundo adolescente. O, al menos, eso parecía. Me dirigí al baño. Fue solo al abrir el cajón del armario cuando me di cuenta. Dentro de él había una mano. Una mano humana.

Después de los primeros instantes de confusión, la pregunta que me hice fue: “¿qué hace esta mano aquí, si yo ya tengo dos?”. Brotó en mi interior una sensación tan extraña e inquietante como incuestionable. Pues para mí era evidente que aquella mano, aunque sobrante, formaba parte de mí misma. Una mano más. La tercera mano.

Tras establecer claramente la pertenencia de la mano encontrada, se abría ahora un nuevo interrogante en aquel intrincado asunto, qué hacer con ella. Era evidente que no iba a renunciar a aquello que era mío, pero ¿debía ocultar mi tercera mano a los demás? ¿Y cómo podría ser su reacción al conocer semejante noticia? ¿Correría peligro mi integridad familiar y social? ¿Cambiaría mi vida radicalmente a partir de ahora?

A medida que me adentraba en estos pensamientos iban surgiendo profundas implicaciones filosóficas. Así, me llegué a preguntar cuándo había aparecido aquella tercera mano. Si era mía debía de haber existido desde siempre, al menos desde que tenía conciencia de mí misma, de mi propia existencia. Pero, si era así, ¿cómo es que la había hallado ahora y no antes? ¿Cómo es que no disponía de ella desde mi nacimiento?

Sea como fuere, dejé allí mi mano y cogí el autobús en dirección al instituto. No fue una mañana del todo tranquila. No dejaba de pensar en lo que le pasaría a mi tercera mano. Una imperiosa necesidad de reunirme con ella me estuvo rondando casi a todas horas aquella mañana.

Una vez en casa, corrí desesperada al baño y abrí el cajón apresuradamente en busca de mi querida mano. Pero… ¡sorpresa!, allí no estaba. Había desaparecido. ¿Se la habría llevado mi familia? ¿Adónde? La sombra de la duda empezó a reconcomerme. ¿La mano era real o todo lo que había presenciado en aquel cajón del baño era solo producto de mi imaginación?

Por la noche unos extraños sonidos golpearon la puerta de mi habitación. Pero cuando me levanté y encendí la luz del pasillo, no había nada allí fuera. Nunca supe a ciencia cierta qué fue aquello, pero mi desquiciada mente me decía que seguramente era mi tercera mano, que me llamaba desde el reino de las sombras. Y que venía a por mí, reclamando para sí el cuerpo que le pertenecía, aunque no estuviese en realidad unido directamente a él. A pesar de la distancia entre ella y mi cuerpo, su malévolo influjo, de miembro sobrante, se hacía notar cada vez más. Y una pregunta, tan inquietante como perturbadora, surgió de mi interior atormentado: ¿acaso aquella mano había cobrado vida propia? Una dura batalla se planteaba ante mí a partir de ahora: era ella o yo.

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