El paraguas musical

El paraguas musical

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Era una mañana de un sábado cualquiera en el tranquilo pueblo de Villamontana. Los habitantes se movían como piezas de un reloj antiguo, cada uno con su rutina. Celia, la panadera, despertaba al alba para hornear los panes que llenaban de un delicioso aroma toda la calle; Don Mateo, el bibliotecario, organizaba libros en su amada biblioteca; y los niños jugaban a las canicas en la plaza.

De pronto, en medio de este día normal y predecible, irrumpió un objeto encima de la fuente del parque: un paraguas de un vibrante color amarillo y puntos rojos que se posó plácidamente, como si estuviera tomando el sol.

Nadie sabía cómo había llegado hasta allí, pero su presencia pronto se convirtió en el acontecimiento del día.

Primero, fue Don Mateo quien se acercó, intrigado. Al intentar abrirlo, el paraguas comenzó a cantar «La Lambada» con una tremenda afinación. Éste, que jamás había sido de los que disfrutan de la música, se encontró bailando sin querer en medio de la plaza. Los niños, al verlo, comenzaron a aplaudir y reír.

—¡Mira cómo se menea el abuelo! —gritó Carlitos, señalándolo, mientras emitía una contagiosa carcajada.

Pero lo mejor estaba por venir. La noticia corrió como la pólvora y todos los habitantes se acercaron para probar suerte con el paraguas. Celia era la siguiente en querer abrirlo, deseando que le cantara una canción sobre el pan. Y el paraguas decidió que le regalaría a la panadera una encantadora versión de «La cucaracha», que le hizo mover sus generosas caderas con mucha gracia.

El festival acabó convirtiéndose en una competencia: cada habitante quería abrir el paraguas y recibir su propia canción. La plaza se transformó en un escenario improvisado donde cada uno mostraba sus mejores pasos de baile olvidándose de sus preocupaciones.

Hasta que llegó el momento del alcalde. Don José, conocido por su seriedad y su aspecto implacable. Se armó de valor y se acercó al paraguas musical . Con la expectativa del público por las nubes, abrió el susodicho y se quedó boquiabierto cuando la melodía que sonó fue un divertido «Despacito». Fue tan impactante, que incluso él comenzó a mover los pies, dejando a todos boquiabiertos y, por primera vez en la historia del pueblo, todos rieron a carcajadas, incluido el propio alcalde.

Al caer la noche, la música del paraguas lo impregnó todo de fiesta y alegría, pero lo más curioso fue que, al terminar el día, el paraguas se abrió una última vez y, en voz baja, cantó «Hasta la vista, baby», como si se despidiera de su público, para luego volar suavemente hacia el cielo estrellado.

Desde entonces, cada vez que alguien escucha una melódica canción flotando en el aire, sabe que el paraguas quizás vuelva a visitarles, trayendo consigo risas a cambio de monotonía. Por eso, la vida en Villamontana jamás ha vuelto a ser la misma, y todos han aprendido a darle valor a los momentos cotidianos, porque la magia puede aparecer al doblar cualquier esquina.

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