Había habido robos en el barrio. Decían que venían maleantes y afanaban motos, bicis… y no se las volvía a ver.
Aunque su bici no era una maravilla, Bruno se había comprado un candado, pero ahora no iba a tardar más de un minuto en la tienda de chucherías. No pasaría nada si la dejaba en el árbol.
El local estaba atestado de gominolas, chocolatinas, aperitivos. Narciso, el dependiente, era lento, sordo y se equivocaba con el cambio.
Bruno comprobó la hora. Las 11:14h.
Alternaba miradas a la calle y al mostrador.
El niño que estaba primero pagó y se fue. El siguiente era uno de su clase.
—Eeehh… Quierooo… —Y perdía la mirada en los distintos tarros.
Volvió a echarle un ojo a la bici y luego al reloj. Las 11:51h.
El niño llevaba un billete de 10 euros y se había gastado 85 céntimos. Bruno empezó a plantearse si no sería mejor ir al otro kiosko.
Volvió a comprobar la hora. Las 12:32h.
¡Por fin le tocó!
—¿No tienes palomitas?
—¿Palomitas? Sí, mira.
—No, de esas no, las Pickapop.
—Ah, esas. Pues… No sé… Voy a ver.
Narciso desapareció tras una puerta.
—¡Chico! —oyó desde el almacén— ¡Ven, ayúdame!
Volvió al reloj: las 13:08h. Resopló y fue detrás. Estaba oscuro y ni rastro de Narciso.
—¿Hola?
—Debe de estar por aquí —se oyó al fondo.
La puerta se cerró.
—Mierda.
—¡Chico, ven! ¡Creo que las he encontrado!
Bruno pulsó un botoncito de su reloj: las 13:43h.
—¡Ah, no, no son!
Avanzó. Vio bailar el reflejo de una linterna. Y de pronto el silencio y la oscuridad absoluta.
«Me voy a quedar sin bici y me van a secuestrar… O a matar».
Una pisada crujió tras él. Su corazón se disparó.
—Eeeh… —la voz apenas le salía—. ¿Oiga? ¿Narciso?
Volvió a iluminar el reloj: las 14:11h.
Un dedo macilento y puntiagudo le rozó la mano.
—¡¡¡¡Aaaaaaaah!!!!
Un relámpago parpadeó sobre él y una luz fluorescente blanca lo iluminó todo. Y frente a él lo vio: «Pickapop, el estallido de sabor que derrite tus sentidos».
—Ah…—Narciso apareció—. Aquí están.
Bruno estaba desconcertado.
Cuando en el mostrador Narciso le daba el cambio, examinó sus dedos rechonchos y peludos. Lo observó aterrado. Luego miró el reloj que había colgado en la pared: las 12:05h. Comprobó también el suyo: las 12:05h.
—Pe… ro… qué…
Cuando salió, su bici no estaba en el árbol. El estómago se le cayó a los pies.
—Mi… bici…
Avanzó un paso.
Y luego la vio. ¡En el otro árbol! Saltó sobre ella. El estómago volvió a su lugar. Agarró el manillar y vio un pegote de barro fresco pegado en la rueda. ¿Cuándo y dónde habría manchado la bici?
Ni había llovido. Ni habían regado.
Miró de nuevo hacia la tienda. Narciso lo observaba con las manos a la espalda. Levantó las cejas en forma de saludo. Después se giró y regresó al interior.
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