Nuestras Creaciones

Nuestras Creaciones

Ana Delfino

11/01/2025

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En mi familia somos bastante supersticiosos, creemos en la mala suerte y en no abrir paraguas bajo techo. Creo que todo empezó con mi abuela y sus círculos de sal en la entrada de la casa las noches de luna nueva. No es para echarle toda la culpa, todos nosotros le seguimos el juego; hasta que un día, cosas como esas, se volvieron el centro de nuestra temática familiar.

Hay un cucharón en la familia, un «cucharón de la suerte». Ha pasado generaciones en mi familia, incluso antes de las migraciones. Es muy bello, es de plata, tiene tallados en el mango con ramas y hojas que lo enroscan de arriba hacia abajo y existe con la medida justa para lo que sea que gustes servir. Es lo más útil de la casa, y lo más venerado; y todos los días, lo maldigo.

Antes de cada evento mi madre hace el «guiso especial» y nos da de él con su cucharón. Si algo sale bien, seguro fue gracias al cucharón; si todo se va al diablo, fue una advertencia del cucharón, una protección contra algo que nosotros no somos capaces de advertir. Pura basura.

Estaba celoso, podía admitirlo. Era un sentimiento infantil, pero era maduro de mi parte poderlo asumir. Ese pedazo de lata ¿Quién pensó alguna vez que obtendría tanto poder aquí? Quería que se detuviera, se llevaba el crédito de los logros y fracasos, nos quitaba nuestra individualidad como seres humanos. Perdidos en aquel brillo de hojalata. Lo que más me molestaba creo yo, era su permanencia ¿Cuánto podría durar ese circo? ya llevaba años funcionando… desde antes de las migraciones. No podría tardar mucho más ¿O sí?

Mi hermana había hecho su audición, todo se estropeó. Mi madre con la calidez de una buena madre sirviendo su guiso le dijo:
«Tranquila, querida. Todo estará bien, el cucharón sabrá por qué pasan las cosas. Podrás volverlo a intentar el año que entra.»

Me la encontré llorando en medio de la noche, en la cocina junto al lavabo con el reluciente cucharón en sus manos reflejando sus lágrimas en la lata y orando «Por favor, por favor… el año que entra. Por favor.»

Esto debía de parar. Quemé el cucharón y lo enterré en un vertedero no muy lejos de casa. La mañana siguiente fue reluciente, me sentía aliviado . La desesperación que ya estaba prevista comenzó y todos buscamos el bendito cucharón; obviamente sin éxito, después de la confusión mi madre soltó:
«Bueno, quizá sea una señal de que ya no lo necesitaremos por un tiempo… él es sabio, nos protegerá» Asumió. 

Creí que era el fin, creí mal. Las oraciones antes de agradecimiento, eran ahora de súplica por su regreso. Aquella noche soñé con el cucharón que retornaba por venganza y despertando entre jadeos y sudor, confirmé:
«No era la invencibilidad de su cuerpo, sino de su concepto… ¿Nosotros podremos sobrevivir tanto como nuestras creaciones?»


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