Ese extraño objeto llamado kafka

  Cuando te regalan un kafka te regalan también una gran responsabilidad, una responsabilidad incluso mayor que la del reloj del cuento de Cortázar. Cuando te regalan un kafka tú no eres el regalado ni el sorprendido, tú eres la víctima, eres a la vez el emisor, el receptor y el mensaje de ese regalo. Cuando te regalan un kafka te lo regalan envuelto en un papel de colores, pero todos los colores son grises y por el peso del paquete ya te temes algo y desearías ser un poco japonés para llevártelo a tu casa y abrirlo ( o no) allí, lejos de las miradas, pero no lo eres y lo abres y dices gracias sin saber muy bien por qué. Ahora ya tienes el kafka entre tus manos y lo miras y le das vueltas. Tu kafka se parece a uno de esos puzles que te regalan cuando alguien determina que eres lo bastante inteligente como para que te pueda gustar algo así, un puzle de esos con muchas piezas de madera que se imbrican formando una figura geométrica, una estructura efímera pues solo se mantiene hasta que consigues quitar la pieza clave y todo se desmorona y nunca más vuelve a estar unido y las piezas se van perdiendo, una a una y poco a poco, por los rincones de tu casa. Todo kafka oculta una cripta, un acceso escondido, un pasadizo secreto por el que no hay que entrar si quieres salir; tu kafka es un punto de no retorno. Ese kafka que sujetas entre tus dedos te abisma, un kafka es siempre un abismo en sí, un agujero negro que lo absorbe todo, hasta la luz, esa luz que es tu luz. Hazme caso, no lo abras, no cedas a la curiosidad, sé de lo que estoy hablando, yo también cometí esa imprudencia y desde que crucé ese umbral alguien, no sé quién, me persigue por este pasillo eterno que es mi vida para intentar acabar de un escobazo con mi monstruosa existencia. Quizás mi único escape sea no salir nunca de este agujero bajo el zócalo en el que estoy escondido y abandonarme así, sin más; quizás lo único lógico, cuerdo y loco a un tiempo, sea dejarme morir de hambre y miedo, morir tal vez de soledad.