Fer sobre piensa demasiado, es ese tipo de persona que no puede estar en silencio puesto que la intensidad de sus ideas aumenta sin control, sin importar que esté haciendo la ansiedad le lleva a analizar todas las posibilidades existentes en pasado, presente y futuro, como si existiera una forma de cambiarlo, como si fuese causa y efecto de cada acción propia o impropia. Pero aprendió a vivir con ello, mantiene su rutina lo mejor que puede, ya sabes, trabajar, cocinar, salir con amigos, regar su jardín y todas esas cosas que se supone que un adulto independiente debe hacer.

Cuando su cabeza le abruma demasiado, toma su motocicleta, una KTM390 adventure y empieza a vagar sin rumbo, nunca va a exceso de velocidad, el máximo permitido le es suficiente para disminuir el ritmo de su compulsivo razonamiento. Fer disfruta los paisajes, especialmente cuando se aleja tanto de la ciudad que se encuentra en lugares desolados y el ruido de su motor es lo único que sus oídos pueden percibir, sólo entonces sus ideas alocadas parecen tomar un orden y al percibirse como una presencia diminuta ante el vasto universo, decide que nada está en su control y acepta lo que fue, lo que es y lo que será sin más reproches.

En uno de sus tantos paseos, estando ya muy lejos de cualquier zona habitada, se encontró con la figura de una esbelta mujer, completamente vestida de negro y sobre su rostro un velo que impedía determinar las facciones de su rostro, solo se podía ver el brillante naranja de sus ojos. Pese a lo que puedas imaginar, Fer no se asustó, tampoco se impresionó, como si de una vieja amiga se tratase se detuvo a saludar y le ofreció uno de los chicles que llevaba en el bolsillo de su chaqueta.

Minutos más tarde la misteriosa mujer y Fer se encontraban hablando de los dolores y alegrías de la vida, de lo apacible de la muerte, de que su presencia es mucho más perceptible que la del mismo Dios que tantos adoran. Coincidieron en que no entienden porque a la humanidad le aterra tanto su visita, porque tanta adoración por la vida, cuando el dolor del que siempre se quejan solo en ella habita.

Cuanto deseaba Fer que hubiese llegado su hora, casi podía visualizar lo que sería tener una mente en blanco y para su buena ventura, la muerte lucía mucho mejor de lo que sus incontables pensamientos le habían llevado a imaginar. Con sus ojos vibrantes de esperanza miró a la mujer que se encontraba a su lado, pero ella movió su cabeza de lado a lado dando a entender la contundente negativa.

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