La oruga y el camino

La oruga y el camino

Vins Henz

05/01/2025

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Una mañana de octubre, el sol empezaba a irradiar de dorado los prados y los valles, y una mediana oruga de color blanco y patas negras comía tiernas hortalizas. Cerca de ella pasó una abeja, que se puso a cosechar polen de unos girasoles. La oruga se detuvo unos instantes para admirar a la abeja, por su capacidad de volar y su gran energía, que parecía nunca acabar. Cuando la abeja se fue, la oruga continuó mordisqueando las verdes hojas.

Un ruido llamó su atención. Miró hacia abajo y divisó a un escarabajo, al cual admiraba por su gran fuerza y por su coraza dura. Él transportaba una bola de comida hacia su refugio, y al hacerla rodar sobre la hojarasca se producía un ruido sutil, pero perceptible. 

También una mosca pasó por allí. Su característico zumbido hizo que la oruga le dirigiera su atención. La mosca volaba feliz porque tenía bastante para comer. La oruga meditó y se dijo para sí que incluso una mosca era necesaria, pues ayudaba a la descomposición de la materia orgánica. La mosca, al notar que la oruga la miraba, le hizo un guiño y le mandó un beso. La oruga se limitó a contestar el saludo con un leve movimiento de cabeza.

Pasó el tiempo y la oruga, mirándose a sí misma, por ser albina, no acertaba a predecir en qué animal se convertiría. Así que decidió pedir consejo. El conejo le dijo: “Del mono más anciano he escuchado que los que no lo saben deben hacer un viaje hasta llegar a la acacia”. La oruga le agradeció y el conejo desapareció, haciendo retumbar sus patas mientras se perdía entre las ramas.
“Emprenderé mi camino para averiguar en qué he de acabar: una mariposa, a vista de quienes saben apreciar la belleza; un escarabajo de tierra, que suele pasar desapercibido; o una mosca, poco deseada, pero necesaria”.

“Tres días debo caminar por estos valles hasta llegar a ese gran árbol y establecerme en la más alta de sus copas, pues según la tradición, a más altura, menos es el dolor de la transformación”.
A la oruga le faltaban solo tres metros para llegar, pero encontró su triste final cuando un colibrí se la tragó entera. La oruga, al verse atrapada, dejó escapar un suspiro mientras se lamentaba: “Nada importante era saber en qué me convertiría; sino haber disfrutado más el camino… y me doy cuenta tarde de que lo importante no es el destino…”.

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