Sería el calor de la noche, que aún no dejaba dormir a quienes me rodeaban, pero todos buscaban el sueño que pudiera consolarlos aun detrás de la cortina sin movimiento.
La transpiración de mi cuerpo, esas gotas que bajaban lentamente sobre mis ojos, acompañaban el sonido del viejo reloj que aún marcaba los segundos, pensaba que ese minuto transcurrido era la eternidad que alguna creencia me ofrecía.
Si escucha sus voces susurrando a mi lado, dos seres que encontraron consuelo en la lectura de unas páginas de algún libro, pensé: «que no prendan la luz, necesito dormirme»… seguía el próximo minuto de la eternidad, y sus palabras no podían ser contestadas.
Aún faltaba poco para el amanecer, ellos se habían dormido hacía rato, sonaban el reloj eterno marcando segundos, minutos y horas, el calor avanzaba al compás de las agujas.
Eran cerca de las siete de la mañana, mi cuerpo mojado, deseo, por última vez, que no abran el ojo ninguno de los durmientes, sino seria llevado por la suave brisa que suplanto al calor nocturno, brisa que acompañaba mi lenta agonía.
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