El pollo y la metamorfosis
Aldebran J. Graciel.
Cada día se ponía más gordo, ¡ya ni siquiera podía salir a jugar al patio! Yo intenté darle comida saludable como la que mamá nos preparaba en casa; pero él, se empeñaba en retirar con su pico las verduras que le ponía en su comederito, y solo se comía los granos de maíz. En ocasiones, no contento, se llenaba el buche con los restos de pan viejo humedecido en suero, que mi abuela le dejaba. Algunas veces, le pedí a mi abuela que, ya no le diera tanta comida pero ella decía que solamente así, se convertiría en un pollo grande y fuerte.
Un mes antes de navidad, mi abuela comentó que sería un día especial para Jacinto, mi pollo. Dijo que Jacinto sufriría una metamoposis. Ella me explicaba el cambio que Jacinto experimentaría, a la vez que preparaba mi desayuno favorito. Mencionó que se le caerían las plumas, y que Jacinto invernaría hasta tener unas nuevas.
Al día siguiente que me levanté, ya Jacinto parecía otro; estaba metido en un recipiente grande para conservas. Dijeron que le serviría de cápsula, como la que tienen las mariposas antes de tener sus alas. Mi abuela, rellenó el tarro de cristal con: aceite de oliva, ramitas de romero, ajo, y varias verduras. Para que Jacinto, pudiese comerlas en caso que despertara. Yo le seguí visitando como antes; por las tardes, después de hacer mis deberes. El tiempo a su lado transcurría sin urgencia, mientras le platicaba todo lo que había hecho durante el día. En ocasiones, solo le miraba fijamente, esperando que despertara.
En la mañana de noche buena, mi abuela me despertó temprano, tan solo para decirme, ¡que Jacinto se había escapado! Bajé corriendo hasta la alacena; ¡el tarro estaba completamente vacío!, incluso, ya hasta lo habían lavado. Le buscamos durante todo el día y oramos para que se encontrara bien. Mi abuela me dijo que Jacinto se había ido volando hasta el cielo, usando las nuevas alas que le salieron con su segunda metamormosis.
Ya han pasado seis días desde que Jacinto se marchó. Mamá y yo, les hemos escrito una carta a los Reyes Magos, pidiéndoles que, convenzan a Jacinto de volver conmigo… porque le extraño mucho.
Yo… aún recuerdo cuando le vi por primera vez sus ojitos, y su cabellito amarillo. Esto fue: hace tres meses, en el día de mi cuarto cumpleaños. Le tomé entre mis manos; estaba esponjosito y suavecito, y me decía…: «¡pío, pío!».
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