Ponte en mis zapatos.

Ponte en mis zapatos.

Anais Gonzalez

28/12/2024

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Nadie sabe quién fue el autor original de la popular frase: «ponte en mis zapatos». A mí me parece absurdo decirle eso a alguien porque, ¿quién en su sano juicio no se detendría por un segundo a pensar en los hongos y humedad que habitan en los zapatos ajenos? ¡Tan solo de imaginarlo me da un asco!

Diario voy caminando a mi trabajo. La gente que me conoce y pasa a mi lado en sus vehículos pitan el claxon y me saludan, les devuelvo el saludo por amabilidad, aunque la verdad ni los reconozco, no alcanzo a ver sus caras, soy bastante miope. Muchos pensarán que así como no me alcanza el dinero para comprar un coche, tampoco me alcanza para pagar un taxi. La realidad es que me gusta caminar. Todas las mañanas me pongo mis botas que ya no están tan nuevas pero que, siguen igual de cómodas. Cuando se me rompan compraré un par nuevo en la misma zapatería. No hay ninguna otra que fabrique zapatos igual de confortables. A todo el mundo le platico sobre la buena marca de zapatos que son. Algunos siguen mis recomendaciones, otros simplemente me ignoran. No todos los que se compran zapatos ahí quedan igual de encantados que yo. No me explico cómo, lo más probable es que sean personas cortos de miras.

Limpiando el armario encontré los zapatos que compró mi antiguo compañero de piso. Pensé que se los habría llevado, según él le encantaron por su comodidad y la relación calidad-precio. Los olvidó o me mintió sobre lo que le parecieron pues, sí los hubiese olvidado, hubiese regresado por ellos. Un par así de cómodos y prácticamente nuevos, bien merecían el gasto de gasolina de un viaje de 30 kilómetros para su recuperación. 

Me sentí tentado a ponermelos, después de todo calzamos la misma talla. 

-¿A qué estás esperando? -parecían incitarme.

Sacudí la cabeza, el cansancio y el hambre seguro me estaban jugando una mala pasada. Tomé los zapatos y los metí en la caja de cosas para donar.

A la mañana siguiente estaban acomodados junto a mis botas. Debo admitir que estando unos al lado de los otros, mis botas parecían viejas y gastadas.

Camine al trabajo como siempre. Al saludar a los conocidos que pasaban en sus coches, no parecían más unos borrones. Podía ver sus caras y sus preocupaciones reflejadas en sus ojos. Como si en murmullos gritaran sus asuntos: «voy tarde otra vez, no dejarán entrar al niño a la escuela», «no llego a fin de quincena», «no aguanto a mi mujer», «odio este maldito tráfico», «odio mi trabajo». Era muy raro y se puso aún más raro cuando al pasar frente a un edificio de cristal ví mi rostro: mis ojos severos y suspicaces, mi sonrisa sardonica, mi altura inalcanzable; en resumen: el prejuicio enmarcando mis facciones y postura. Pensé que estaba perdiendo la cabeza hasta que miré mis pies, calzaba los zapatos de mi antiguo compañero.

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