Un mundo desbordado de artificios, donde cada rincón parece haber
sido moldeado por manos ansiosas de imponer su voluntad. Los edificios se alzan
como colosos de cristal y acero, reflejando un cielo que parece menos real que
ellos mismos. Las calles vibran con un ruido mecánico que sustituye al susurro
del viento, y hasta el aroma del aire parece manufacturado, cargado de notas
sintéticas que imitan lo que alguna vez fue natural.
En medio de miradas, busca desesperadamente
algo que no haya sido intervenido, algo que simplemente sea, un objeto diminuto, imposible, abandonado en el borde de una acera que
parece ignorarlo por completo. A primera vista, podría confundirse con una
piedra, pero su forma es demasiado perfecta y, al mismo tiempo, demasiado
caótica. Es como si alguien hubiera intentado esculpir el concepto de lo
indefinible.
Me acerco con cautela. No parece pertenecer a este lugar, ni a ningún otro
que pueda concebir. Su superficie cambia sutilmente, como si respondiera a mi
presencia, alternando entre un brillo suave y una opacidad absoluta. Lo recojo,
y en el instante en que lo toco, una sensación extraña me invade. No es frío ni
caliente; no tiene peso, pero su presencia es abrumadora, como si sostuviera
algo más que materia.
Al levantarlo, noto que el ruido de la ciudad se atenúa, como si el objeto
absorbiera todo sonido. Me atrevo a observarlo más de cerca, y lo que veo
desafía toda lógica: en su superficie, diminutas imágenes se despliegan y se
desvanecen en un ciclo interminable. Una flor que nunca he visto florece y se
marchita; un paisaje que parece extraído de un sueño aparece por un instante y
desaparece al siguiente. No son reflejos, sino realidades contenidas en este
pequeño fragmento de lo imposible.
—¿Qué eres? —murmuro, consciente de lo absurdo de hablarle a algo que no
debería existir.
Y entonces ocurre. Una voz, o algo que se siente como una voz, resuena en mi
mente. No tiene palabras, pero transmite una certeza: Soy lo que buscas,
pero también lo que temes. Soy lo que es, sin necesidad de ser definido.
De pronto, todo lo que me rodea parece perder consistencia. Los edificios se
desdibujan, las calles se disuelven, y lo único que permanece es el objeto en
mi mano. Es como si el mundo que creía real no fuera más que una capa delgada,
y este pequeño fragmento fuera la llave para ver lo que hay más allá.
Pero también siento un peso, una responsabilidad. Si este objeto revela lo
que es verdadero, ¿Qué haré con ese conocimiento? ¿Cómo podré volver a caminar
por un mundo donde todo parece falso?
El objeto se desvanece de mis manos, como si nunca hubiera estado allí, y el
ruido de la ciudad regresa. Pero algo ha cambiado. Ahora veo las grietas en la
realidad, los ecos de lo que es puro, escondidos en los rincones más
improbables. Y mientras avanzo, me doy cuenta de que mi búsqueda no ha
terminado. Apenas ha comenzado.
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