Memorias de Michael

A Michael siempre le ha gustado fingir ser un montón de cosas. Dice tener cientos de amigos y está más solo que las dos; Presume de ser autodidacta con su saxofón pero estuvo en clase más de veintisiete años de pequeño. Y así un montón de cosas, ya lo he dicho antes.

A Michael solo le interesa Michael, de hecho conmigo hace que no habla así como trescientos millones de años sin exagerar. Le estoy empezando a coger un poco de asco y eso que he ido con él desde que nació casi. Estoy deseando perderme para siempre. 

Pero no se lo digáis a Michael. Es verdad que lo tengo cruzado y si pudiera se enteraba de lo que vale un peine, pero en el fondo espero que algún día me reclame, me necesite, me eche de menos.

Y, escucha, no es que yo eche de menos hablar con él ni nada de eso, que a mí no me va eso ni nada, pero sí que me gustaría dejar de ser transparente para él. Si solo pido eso, volver a lo que teníamos. Que me utilice, me tenga en cuenta y yo me sienta más activo que Neo en Matrix y esquivando las seiscientas balas que me lancen por segundo dando saltos de catorce metros en diagonal.

Pero a Michael solo le interesa Michael. Qué hartazgo de muchacho, de verdad. De joven ya era pesado, pero ahora que si me tienen que ayudar para levantarme, que si no me acuerdo de mis familiares, que si el punto rojo lo uno con el otro punto rojo, blablabla… Eso sí, la tarjeta esa que guarda cosas en el móvil sí que sabe usarla cuando le viene bien, pero de mí pasa.

Michael, Michael, no vas por buen camino y como sigas así voy a ser yo el que se olvide de ti pero para los tres próximos milenios, y que no se te ocurra reencarnarte ni nada de eso, o si lo haces conmigo no vas a contar, que tú, aunque estés muy ocupado no acordandote de nada, siempre te ha gustado mucho esos rollos de la fe.

Jolín, qué recuerdos cuando nos sabíamos todos los rezos. No se nos escapaba ni uno. Igual que los nombres, y los lugares, y las voces, y las caras, y los abrazos… 

Michael, ¿te acuerdas?