La pluma que nos lleva al asilo

La pluma que nos lleva al asilo

Pablo Bosque

23/12/2024

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En el asilo en que trabajo hay un señor con quien converso seguidamente, se llama Enrique. Me tiene mucho cariño, suele decirme que soy el hijo que nunca tuvo y me agrada hacerle la vida un poco más amena con mi presencia. Hay una plática que hemos tenido en varias ocasiones sobre su decisión de vivir aquí, parecida a la siguiente:

—Llegaba del parque, lleno de los panfletos que te dan en la calle esos muchachos ágiles, difíciles de esquivar para un señor de mi edad. Soltaba las cosas de mis manos y bolsillos en la mesita de centro y al levantar mi vista, había una pluma blanca y alargada en el suelo. ¿Cómo podía haber entrado en mi casa?

—Bueno, cualquier persona con la llave supongo. ¿La puerta estaba bien cerrada?

—Sí, todo cerrado, no creo que un ladrón entraría a dejar una pluma y no se llevaría el televisor. Lo de la llave tampoco, vivía solo y no di copias a nadie. Me detuvo la duda, no me atrevía a tomarla. Después de un lapso comencé a preguntarme ¿qué ave tiene plumas tan bellas? Incluso consulte libros de ornitología para resolver mi enigma pero no encontraba nada igual. Al final no podía hacer más nada que observarla y dejarla en su lugar, es lo que hacemos con las cosas que nos causan verdadera admiración, que no es más que un sentimiento de distancia. Con el pasar de los días me convencí de que no encontraría respuesta en mis pesquisas y me surgió la idea de que había sido un ángel o tal vez la muerte.

—Si fuera la muerte, cosa que no me convence, sus plumas serían negras.

—Eso es lo que nos ha hecho creer el cine, pero también pensé eso al principio. ¿Acaso sus alas, al igual que los humanos y las aves, pierden el color al envejecer? Me creí mi propia mentira solo para poder decir: “La muerte ha venido a visitarme pero yo no estaba en casa”.

—¿Y qué tiene que ver todo esto con venir acá?

—Claro, lo olvidaba. Al estar días en mis incertidumbres no salí y quería tomar el sol. Me vestía para ir al parque con mi camisa favorita, en la que me declare a mi primer amor, ya sabes que los delgados, como yo, no cambiamos de talla. Al abotonarla, me quedé con el primero de sus botones en mi mano y, aunque son de un color amarillo claro, lo veía blanco. No me quedó más remedio que tomar el panfleto del asilo y llamar, cuando vi mis blancas plumas caerse.

Siempre he sido escéptico con estas cosas, así que nunca le he creído del todo. Con los años aprendes que las personas tenemos dolores que aprisionan y nuestro accionar suele darse para romper estas ataduras. Por esto siempre me pregunto si Enrique es, como dice ser, prisionero de su tiempo o, al encontrar un cambio mínimo para el que no tuvo a quien culpar, de su soledad.

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