Todos lustraban el armamento, pero me habían permitido seguir practicando en el campo de tiro, el Capitán Ramírez cuidaba mucho de esto porque, según él, era el mejor tirador que había visto en años. Estaba solo en esa inmensa llanura frente a los maniquíes con los que ya había probado muchas veces, pero esta vez tenía esos toques diferenciales del silencio y de la tranquilidad que genera.
Disparé, seguidas veces, sin errar en el sonido que produce el impacto de la bala. Entrenaba mi velocidad así que quería hacer tantos tiros como pudiera en menos de un minuto y la memoria sensorial sabía dónde estaba cada objetivo, así que no me fijaba en cada uno por separado sino que el movimiento del cuerpo guiaba el fusil por grupos cercanos, una sensación increíble de placer premiaba el esfuerzo. Me separé del arma con normalidad, todo era igual a las demás veces que había practicado solo, excepto que cuando mire los objetos en el campo, sangraban.
No podía creerlo, quitaba y limpiaba los binoculares varias veces, pero el resultado no cambiaba. Corrí desesperadamente, al estar cerca de uno de ellos pude tocar su sangre con mis manos y comprobar que era real. La incredulidad cada vez llenaba más mi rostro, el cuerpo me temblaba, estaba ante un descubrimiento absurdo, una distorsión del mundo que conocía y de lo que representaba. Hice algunos intentos para detener su sangrado usando pedazos de ropas pero nada podía pararlo, era la presa de un rio que tras mucho tiempo detenida en el tiempo, había conseguido desbordarse y nadie podría encerrarla de nuevo.
La lástima colmaba mis ojos, alguna extraña visión humana me hizo pensar que si ese maniquí era capaz de sangrar también estaba sintiendo un dolor inimaginable, entonces por primera vez viole el mandamiento de no soltar el fusil, se cayó al suelo sin que hiciera nada para detenerlo. La pena destrozaba un corazón de soldado que entendía la ética y el peso de cargar un arma, herir a quien no podía defenderse era algo imperdonable con lo que sus hombros ahora iban a cargar.
Hay quién dirá que el eje de la cadena alimenticia es matar o morir, pero el estómago y el dinero son motores diferentes del accionar humano, quede a tu propio concepto de justicia la cuestión de posar tu grandeza sobre muertes humanas. Quede a tu propio concepto de miedo la posibilidad de morir bajo los pies de quien empuñaba y apuntaba.
Miró el lugar desde donde disparaba pero estaba deshabitado. Si hubiera un espejo desde ese lado del campo tal vez en la cara que muestre su reflejo solo vería a un asesino, al que consumido por el odio, dispararía entre los ojos. Con su sangre calmaría este pesar que habita ahora dentro de sí. Aunque tal vez no sería suficiente, realmente alguien sabe si la sangre es capaz de calmar la ira. Si no pudiera hacerlo, eso explicaría porque vivimos en esta guerra que llamamos humanidad.
OPINIONES Y COMENTARIOS