La luz que entra por el minúsculo tragaluz de mi celda apenas deja entrever las verdaderas dimensiones de la estancia. Las paredes, encaladas en un tono que alguna vez fue blanco, están ornadas, por toda decoración, con nombres de gente, obscenidades y un sinfín de frases grabadas con objetos punzantes. El mismísimo Pollock encontraría aquí inspiración, de tener oportunidad de visitarla.
La razón de mi encierro hay que buscarla en aquel jurado que me declaró culpable de asesinato en primer grado hace ya 15 años. No voy a entrar en si soy o no inocente. Después de todo ese tiempo recluido, a día de hoy, resulta irrelevante.
La soledad es lo que peor he llevado. No tener con quien hablar acaba por convertirle a uno en una especie de vegetal que solo respira, orina y defeca, aunque desde hace algún tiempo, todas esas sensaciones negativas se han ido disipando. Por una pequeña abertura de la pared viene a hacerme compañía un pequeño ser que no acierto a clasificar. Su cuerpo es semejante al de un roedor, pero su cabeza… ¡Ay su cabeza! Se parece a la de una hormiga gigante con mandíbulas monstruosas. La primera vez que lo vi me horrorizó, pero, poco a poco, me fui acostumbrando a su presencia. Un día, cuando la luminosidad de la celda lo permitió, me quedé observándolo con detenimiento.
—Supongo que ya me has estudiado lo suficiente ¿estás en disposición de conversar?
—¿Qué…? —pregunté sorprendido al oír la voz, sabiendo que en la celda no había nadie más que yo.
—Hay alguien más que tú. Estoy yo. —repuso el extraño ser.
—¿Pu… puedes hablar? —apenas pude balbucir.
—Pues claro que puedo hablar ¿Acaso no lo estás viendo?
—Es que… bueno, me parece increíble que un…
—Tonterías. Si vosotros los humanos podéis hablar, ¿por qué no podrían hacerlo otros seres?
—Perdona, pero estoy confuso. Oye, aparte de hablar, ¿tienes algún otro don? —pregunté.
—Puedo leer la mente.
—Si eso es cierto tienes que saber que…
—¿Que eres inocente del crimen que se te atribuye?
—¿Co… como pudiste saber lo que estaba pensando?
—Te lo he dicho. Puedo leer la mente. Como también pude leer la de un recluso muy especial.
—No comprendo.
—Hace algún tiempo estuvo recluido tu mejor amigo. Prevaricación y evasión de impuestos. No lo soportó y se ahorcó.
—¿Brendan?
—El mismo. No me lo dijo, pero leí en su mente que había estado liado con Carla. Cuando ella quiso romper, discutieron y la fatalidad quiso que se golpeara fuertemente en la cabeza. Murió en el acto. El resto ya lo conoces.
La revelación me produjo un ataque de histeria. Jamás hubiese sospechado que Brendan podía estar liado con mi mujer y que el muy hijo de puta me cargase a mí el muerto. El extraño animal no volvió, y meses después, cuando me concedieron la condicional, me propuse firmemente rehacer mi vida. A día de hoy no sé si ese ser realmente existió o todo fue producto de mi imaginación.
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