DESDE CASA HASTA LA FUENTE

DESDE CASA HASTA LA FUENTE

Ana Hopi

15/01/2025

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Hoy, como todos los días, camino por el sendero que va desde casa hasta la fuente, mi paseo matutino. Siempre llevo una botella de cristal azul para llenarla de agua fresca. En algún lugar escuché que el azul purifica el agua, y me gusta probarlo todo.

Mientras paseo, veo una charca cristalina; me detengo, la miro y en ese espejo natural veo el reflejo del cielo con todos sus detalles: sus nubes quietas y sus aves inquietas. Observo la sombra de un pájaro que cruza con elegancia el nítido espejo. En ese momento, miro hacia el cielo para ver qué ave vuela de esa manera tan distinguida y descubro una inquietante cuerda que parece suspenderse en el espacio y en el tiempo; aparentemente, cae del mismo cielo.

Anudo la botella vacía a la soga celestial y veo cómo asciende. No doy crédito; observo cómo el color azul se aleja desvaneciéndose entre las nubes. Intento prestar atención al camino, pero en un instante ya estoy de nuevo mirando con curiosidad hacia arriba.

Y ahí regresa la cuerda, pero esta vez sola; ha abandonado la botella en algún lugar o en otro tiempo. Como si fuese un auténtica maga, libero el pañuelo verde limón que llevo al cuello y, lo afianzo a la cuerda a modo de lazada. En cuanto termino mi tarea, la inesperada cuerda vuelve a elevarse poco a poco. Esta vez, el color verde es el que se pierde en el infinito.

Durante la espera, acomodo la espalda en el tronco de un longevo roble y me entretengo tirando piedras a la charca, observando cómo las ondas que provoco hacen añicos el improvisado espejo. Me sorprendo cuando la desnuda cuerda se detiene en seco en la punta de mi nariz, retándome. No tengo miedo, lo que me provoca es curiosidad. Así que me concentro y pienso en lo que puedo enviar esta vez al cielo, o qué color puedo hacer desaparecer en él.

Después de consultarlo conmigo de una manera casi mística, me ato la cuerda a mi pequeña cintura como si fuese una experimentada escaladora y espero. Casi de inmediato, noto un pequeño tirón y comienzo a ascender pausadamente. Observo la  cristalina charca desde arriba y veo reflejadas las suelas de mis zapatos cada vez más pequeñas. Siento cómo me elevo, disfruto del viaje y desaparezco.

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