El Zumbido
Era una tarde como cualquier otra en el departamento 3B. Marta estaba sentada frente al televisor, con el sonido apenas audible mientras clasificaba papeles. La luz del sol entraba perezosa por las cortinas, y en el aire flotaba ese olor inconfundible de café recién hecho.
Fue entonces cuando lo escuchó: un zumbido. Apenas perceptible, un murmullo eléctrico que no podía identificar. Miró a su alrededor. La lámpara estaba apagada, el televisor funcionaba con normalidad, y el ventilador estaba desconectado. Atribuyó el ruido a su imaginación y volvió a concentrarse en las facturas. El zumbido regresó. Más fuerte esta vez. Ahora parecía provenir del rincón más oscuro de la habitación, donde una maceta con un helecho marchito descansaba olvidada. Intrigada, Marta se levantó y se acercó. En el aire había una vibración tenue, un cosquilleo que le erizaba la piel. Se inclinó hacia la planta, pero no había nada. Hasta que lo vio. Entre las hojas secas del helecho, flotaba una esfera minúscula, no mayor que una canica. Era translúcida y emitía destellos iridiscentes, como un prisma bajo el agua. No tocaba el suelo ni estaba suspendida de nada; simplemente existía. Marta extendió la mano con cautela, pero cuando sus dedos estaban a punto de alcanzarla, la esfera se movió. No flotó ni rodó: desapareció y reapareció a un metro de distancia, como si el espacio se plegara en torno a ella. Marta dio un paso atrás, el corazón latiendo con fuerza. El zumbido era más intenso ahora, casi hipnótico. La esfera comenzó a multiplicarse. Una, dos, tres, cinco, diez. Cada una replicaba el mismo brillo sobrenatural, y juntas formaron una constelación que giraba lentamente en el aire. Marta retrocedió, tropezando con la mesa, y las esferas se detuvieron, como si la observaran. Entonces, el televisor cambió de canal por sí solo, mostrando una estática vibrante. La pantalla proyectó palabras que Marta no reconoció, pero que de algún modo entendió: «No estamos aquí. Tú tampoco.» En un parpadeo, las esferas desaparecieron. El televisor volvió a su programa insípido, y el zumbido cesó. Marta quedó sola, con el helecho temblando ligeramente en el rincón. Durante el resto de su vida, nunca pudo explicar qué había ocurrido, pero desde entonces, cada vez que escuchaba un zumbido lejano, algo en su interior temía que las esferas regresaran.
Fin…
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