Ominosa, la pelota flotaba en el desván. No era una pompa. Era más bien como un un disco. No se podía entender si no caminabas alrededor. Mirar a través de ella era como mirar a través de un extraño crisol. Cóncava. Esférica. Pero nada de eso. No podía tocarse, pero podías sumergir la mano y tocar otras cosas que no estaban allí. Producía dolor de cabeza mirarla un rato. Inquietud. Ansiedad.
– Es una esfera de cuatro dimensiones -dijo Tere -. No puede ser otra cosa.
Qué va a saber la niña. Es una maldición, un mal de ojo. En realidad, Tere ya no era una niña. Estaba en la Universidad. La seguían llamando niña. Sí que lo era. Una esfera de cuatro dimensiones. Se movía. Lentamente.
-Aproximadamente un milímetro cada hora.
-No puede ser ¿Y hacia dónde va?
-No lo sé. ¿Cómo voy a saberlo?
Todos los días subían a verla. Paco trató de comunicarse.
-No es un extraterrestre.
-¿Cómo lo sabes?
No hubo respuesta.
Tere había decidido probar. Así que metió la cabeza.
-Puedo ver dentro de tu cuerpo. ¡Es increíble!
Después de varios días, ya nadie subía a verla. Aunque a veces Tere la usaba para espiar. También para gastar alguna broma cambiando cosas de sitio. Escondía la pasta de dientes. Cogía anillos de la madre. Después de un mes, apareció un agujero en el techo, donde la lámpara. La niña dijo que era la esfera, que venía hacia abajo.
-No será peligroso.
-A lo mejor puedo aprovechar para cambiar la lámpara.
Paco aprovechó para cambiar la lámpara. Sin usar la escalera. «Muy práctico». Decía. Cuando se acostumbró a meter las manos y la cabeza en la esfera, aprovechó para cambiar también las otras lámparas de la casa. Muy práctico.
-Al principio te da nauseas, pero cuando le coges el truco, oye.
Para cuando llegó al pasillo, Tere y Paco la usaban a menudo.
-Está bien esto de la cuarta dimensión. Deberías probarla.
-A mí eso de las dimensiones nunca me ha gustado. ¿Y si vienen ovnis?
Pili no era de las que le gustaban las dimensiones. La pelota esa era una invitada no deseada en su casa. Una extraña que le había robado a su familia. Le echó antimosquitos. La sacudió con una raqueta. La intentó tapar. Nada. Ahora la tenía que esquivar cada vez que iba con la comida o con la colada. Después del segundo mes, ya no lo soportó.
-La pelota o yo -dijo. Y se fue. Se fue a casa de su madre. La pelota la había echado.
Fueron días de ausencia. Paco ya no daba sustos a Tere cuando estaba estudiando, susurrándole en el oído. Tere pasaba al lado de la pelota mirándola de reojo, sin sonreir.
-Se está haciendo más pequeña -dijo un día.
¿Sería porque no estaba Pili? A lo mejor la pelota también se había puesto triste. A lo mejor siempre había estado menguando y no se habían dado cuenta. Era tan inmaterial… No mucho después, también se fue Tere. Con la excusa de estudiar fuera.
Paco y la Pelota se quedaron solos.
Muy práctico. Pensaba.
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