Me he convertido en un hombre viejo y no lo digo para quejarme de mi precario estado de salud. Lo digo para que tengan conciencia de la mente criminal que arrastro desde mi adolescencia, esa que la sociedad se encargó de encubrir por el sólo hecho de cumplir con el estereotipo de buen ciudadano. Ya los hijos de Robert son hombres y mujeres: con hijos e hijas, convirtiéndolo en abuelo,  y yo, al igual que mi amigo asumo la inútil figura de abuelo, ese que se deja regañar, o que no entiende de las nuevas tendencias.

Hace muchos años descubrí quien soy. Y por Dios, de quien en vano trato de creer, en cada día de mi existencia me aferro para liberarme de mis instintos. La maldición está en mí, indeleble, atormentando, como quien me da vida para cumplir su propósito. Ese deseo de hacer algún daño, fue el que espantó a la muerte hace cuarenta años;  estaba escrito, moriría a causa de tuberculosis laríngea y desnutrición. He sobrevivido por cuatro décadas mas y desde hace siete días trato de contenerme. En mi mente resurgió el maligno estimulo, el que ha estado latente durante sesenta y seis años; el del homicida carnicero que hay en mi. Soy el judío carnicero que no entró al campo de exterminio de Auschwitz, el que sobrevivió la tuberculosis; y todo con un solo propósito, el de cumplir con la misión.

Mi tara en su objeto se remonta a la adolescencia, la época de mi gran amistad con Oscar. Desde allí he luchado contra contra el carnicero  judío asquenazí. Y debo explicar que el fin o intento fue una acción frustrada: y por lo tanto, algo desapercibida. Entonces pregunto…  ¿Qué puede significar un laboratorio de química para un muchacho de catorce años? Para mí, el lugar preciso para asesinar.

Desde hace siete días miro a la herramienta; siento que sucumbo ante ella. A tal punto que la he confrontado. llegando a hablar con ella: y de mí se burla, como lo hacen quienes pueden ser mis nietos. Es el hacha para barbacoa, la picadora de carne. El hacha de carnicero que no tuve a mano en aquel laboratorio de química, cuando miraba la línea blanca que dejaba el peinado, en el cuero cabelludo de Oscar..

Falta por escribir…

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