El redactor jefe me encargó ir a entrevistar a unos surfistas que practicaban su deporte en una playa de la zona. Para llegar a ella me facilitó un billete de ida y vuelta en autobús. Con aquel destino salía uno cada media hora hacia el pueblo, sin llegar hasta la playa. El resto del camino debía hacerse andando.
Me aconsejaron que en lugar de seguir la carretera – pues daría un gran rodeo- fuera por el camino más recto, a través del bosque y me pareció buena idea hacerlo así.
Ciertamente era un camino recto, aunque con bastantes cambios de nivel, por lo que después de unas cuantas subidas y bajadas, aproveché la presencia de una losa plana para sentarme a descansar un rato.
Quizás alguna vez habéis tenido la sensación de que alguien os estaba mirando. Volví la cabeza en todas direcciones sin ver más que árboles y matorrales, con la impresión de que alguien me observaba de cerca, al bajar la vista descubrí a un minúsculo ser que se movía, sobre la roca en que me hallaba sentado.
Era de color verde con cuatro patas que a la vez eran dos cabezas, no sé si me explico, su cuerpo cilíndrico se sostenía sobre una U invertida y el extremo superior era otra U -hasta aquí digamos que algo normal- entonces, para caminar, doblaba su cuerpo hasta el suelo y apoyaba la U superior (ahora invertida) y levantaba la otra hasta quedar erguido.
Así avanzó unos cuantos pasos y se detuvo observándome con dos de sus cuatro ojos;
que abría cuando estaban arriba y cerraba al quedar debajo y viceversa.
Supuse que se trataba de un extraterrestre, pues a pesar de su escaso tamaño no creo que un fenómeno así pasara desapercibido a los biólogos. Traté de comunicarme con él mediante el traductor de mi teléfono, con el mismo resultado por su parte: una serie de guiños largos y cortos con sus ojos.
— ¿Habla español?
— [-. / — ]
— Do you speak english?
— [-. / — ]
— Etc.
— [. / – / -.-. ]
En vista de que iba a ser imposible entendernos, decidí llevarlo a la redacción del periódico y buscar algún experto lingüista que me asesorara.
Conseguí hacerlo subir al estuche de mis gafas y me trasladé lo más deprisa que pude a la oficina del diario. Entré en tromba en el despacho del director y abriendo la caja le dije:
— ¡Mire lo que traigo!
Sobre el fieltro del forro yacía una ramita de escaso valor botánico.
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