Estaba caliente y húmedo cuando empezamos a jugar. Yo le golpeé la cabeza con la mano; sólo era una broma, pero él me devolvió una patada que me hizo rebotar contra la pared. Sólo era una broma, pensé, y le pegué con fuerza en la cara. Él respondió de nuevo a mi golpe y comenzamos a pelear. Yo quería acabar con aquello de una vez, así que agarré la cuerda y se la pasé alrededor del cuello. No quería hacerle daño, solo quería acabar con aquello. De pronto perdí pie y salí disparado hacia afuera, hacia la luz. Él salió detrás de mí con la cuerda alrededor del cuello, un nudo perfecto que se estrecharía a cada instante y a sus pequeños pulmones jamás llegó una gota de aire a pesar de que los médicos intentaron todo lo posible…

Años más tarde, colgado por el cuello de aquella soga, castigado a muerte por crímenes contra la humanidad, pequeñas gotas de semen resbalaban por mi pierna mojando el suelo debajo de mis pies y pensé de nuevo en aquello y en cómo habría sido mi vida si aquella mañana fría y seca no hubiese matado a mi hermano con su cordón umbilical.

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