“Y es así como en 1984…” dejo de poner atención a la clase, mi cuerpo se encuentra presente, pero mi mente divaga muy lejos de aquí. Pienso en las tareas que me faltan por hacer, en los problemas de casa, en lo mucho que me gustaría no salir de mi cama cada mañana. Mis ensoñaciones son interrumpidas por un zumbido, ¿cómo es posible que un mosco haya decidido colocarse justamente a dos centímetros de mi oído izquierdo? Manoteo para alejarlo y volver a mis pensamientos. De pronto, lo escucho junto a mi oído derecho. No hay nada más molesto que este zumbido incesante. Volteo en dirección al sonido, en un intento de localizarlo para poder deshacerme de él. Y entonces, me quedo pasmada. No es un mosquito, o al menos no uno que haya visto antes. Es un insecto (o al menos eso creo), considerablemente más grande que un mosquito, y vuela (si es que se le puede llamar así a la capacidad de quedarse totalmente suspendido en el aire). Su cuerpo tiene un aspecto tornasolado, me quedo embobada viéndolo, pero más que colores, parece como si estuviera cubierto de miles de fotografías que cambian con una velocidad vertiginosa. Y sus alas, sé que las mueve, porque de ahí viene el sonido, pero son apenas visibles, contemplarlas es como asomarse a través de un cristal bien pulido. A penas termino de fijarme en los detalles, el ser sale volando del aula. No aguanto la curiosidad, e, impulsada por esta feliz interrupción de mi rutina, salgo en su persecución.

Intento alcanzarlo, pero va muy rápido. De pronto, se detiene, levanto la mano para capturarlo, pero solo logro rozarlo suavemente, su cuerpo es suave, gentil al tacto. Vuelvo a intentar acercarme más, esta vez rozo sus alas, éstas son afiladas y retiro rápidamente la mano mientras cae una gota de sangre. Me quedo mirando este ser tan peculiar, no pongo atención a lo que hay a mi alrededor, niños que juegan, adolescentes que van tomados de las manos, incluso un par de profesores pasan a mi lado sin casi notarlos. El insecto se pone nuevamente en movimiento, dudo un momento antes de volver a la caza, necesito capturarlo.

No sé cuántos minutos, horas o tal vez días han pasado, estoy exhausta y simplemente no le doy alcance. Veo cómo finalmente se posa sobre una flor, es mi oportunidad. Me acerco muy lentamente, lo observo, lo calculo, mis manos, ya arrugadas y marchitas, se van cerrando poco a poco a su alrededor, y, de pronto, escucho una voz, no puedo precisar de dónde, ¿proviene de esta criatura?, es una voz ronca y suave que dice “Hola, soy el tiempo”.

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