La colisión de su poder y el mío…

Su polo y el mío, su pulso y el mío…

La mezcla metafísica de fuego y aire, o de fuego y mar.

No sé si fue el encanto en su aliento de cerveza combinado con alguna divinidad, o la mirada firme, pero por dentro enredada de un alma en plena transformación, y que, por supuesto tenía ganas de amar. O quizás fue el deseo de ver volar esas alas, que eran enormes pero tranquilas, de verlas volverse locas mientras él lloraba de alegría, con carcajadas de esas que hacen triunfar revoluciones y llenar de olas un mar.

Quizás fue el impulso de besar esa espalda con las constelaciones más bonitas, que él solo les llama «Algún lunar».

Y quizás por eso fui tan libre que me decidí aprisionar por ese susurro en las noches, ese susurro que descifraba la clave de la paz mundial.

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