Me echarás de menos siempre
que las amapolas florezcan entre el cereal,
que la charca verde se desborde,
que la dehesa amarillee tras el paso de las reses.
Cabizbajo anhelarás mi compañía
cuando tus amigos se besen en los labios,
cuando se rocen la tripa y la cadera,
cuando se miren en soledad par.
Lamentarás no haberme pedido
que cocinara para ti un día,
que me quedara en la cama cinco minutos más,
que coronáramos la Mujer Muerta.
En las tardes de tormenta llorarás
las mentiras que tejiste para que me marchara;
la ausencia de la perra fiel, noble y sensual;
el tacto abnegado de caricias no solicitadas.
Un día de repente atormentarán tu corazón
todos los cafés sin sexo,
todas las cenas sin vino,
todas las noches sin copas.
No temas porque no estaré lejos
con una copa bordelesa en alto,
seducida por el sangrante saxo soprano,
felizmente acunada en otro hombro.
Por dejarme llevar por algo
mínimamente cercano a la alegría
me sentiré culpable. Pero tú,
tú me echarás de menos siempre.
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