Nadie te ha cortado las alas jamás –Me lo recuerdan.
Y yo, complaciente, pío sí a todo.
Y me gano una cuerda que atan a mi patita y abren la jaula.
Levanto las alas. Las agito con fuerza y velocidad. Salgo por la puerta metálica. ¡Soy libre! -pío de felicidad. Avanzo medio metro y me detengo en seco.
Mantengo mi peso en el aire pero no voy a ningún sitio.
Mis alas continúan alborotadas y yo estoy quieta. Perpleja.
Sacudo las alas un poco más, a otro ritmo, con otra inclinación, y me muevo: retrocedo un poco y vuelo un poco hacia arriba, hacia abajo, giro sobre mí misma.
Ni siquiera he enredado la cuerda.
Me desespero y pío.
Pío que me suelten, pío volar.
De pronto avanzo de nuevo. Avanzo hacia atrás.
Me poso en mi palito. Descanso y extiendo las alas un poco. Me subo a mi columpio y éste se balancea. Me apetece cantar.
dame la patita, lorito– canto que me lo dirán.
Y yo la daré y me atarán una cuerda.
Abrirán la jaula
Y yo volaré libre…una vez más.
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