En el ulular de los búhos, en el canto de los grillos está contenida la noche entera, como la mañana en el olor a pan y café. ¡Qué símil más extraño! Necesito pan. En la superficie del café se revientan las últimas burbujas, consumándose la calma y la negrura acastañada; tengo la vista clavada en el fenómeno desde hace un rato. La conversación se fue por parajes densos. No quiero parecer arrogante, no quiero sonar tonto. Al otro lado de la mesa, ojos deseados permanecen circunspectos. Dame algo. Tal vez soñé este encuentro, pero no así, en ayunas. Doy un giro jardiel-poncelezco a mi argumento, recordando que «amor se escribe sin H» y no recibo nada. Me empieza a caer mal mi amada. Discutimos sobre lenguaje inclusivo con el estómago vacío y al tiempo intento cortejarla. ¿Dónde está el pan? Prosigo: es todo, es indiscernible de la cultura misma, de la historia; las lenguas inventadas son una ruina, necesitas mitos, pueblos que gasten las palabras, poetas, cantantes… Tlön, Uqbar, Orbis Tertius; los ríos inventados van a dar al Mediterráneo. Nadie puede pretender encauzar ese fenómeno. Por el hambre, quizás, me empieza a resultar odiosa; ella, igual a las otras silenciosas de los pasillos de la facultad. ¿Por qué me ha permitido hablar tanto? Me ha visto ahogarme en ese café. Relaciones superfluas como las correas de un tipo que pasea muchos perros; tensiones irresolubles de hilos mal atados entre adultos malogrados, de panes que no llegan en canastas plásticas en cafeterías poco pretenciosas. Bancas y mesa forman un solo módulo en tubo metálico, con tapas de fórmica desportillada, imitación mármol, dispuestas en hileras entre las que vuela la hija o la sobrina del panadero en zapatillas deportivas, armada de bolígrafo y libreta. Se comunica a gritos con alguien al otro lado del mostrador y, sobre nuestra mesa, abandona con desdén el croissant hawaiano y el pan fresco aún humeante. En un ademán ceremonioso, lo toma entre sus manos y desprende un cacho, deshilando sus entrañas humeantes como de nube. Entre el pulgar y el índice, lo sostiene delante mío y dice: «La pan es la cuerpo de nuestra señora y redentora».

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