Bollito literario carbonizado

Bollito literario carbonizado

paulitamo

31/08/2024

De vez en cuando me gusta escribir, pero sólo sé contar cosas que me pasan (inventar historias todavía no me sale). Así que este relato va a contar la creación de este relato mismo.
Sé de esta convocatoria de la revista PAN y la editorial Libros con Miga desde el momento en que se abrió allá por el mes de junio, y siendo 30 de agosto a las 23:06 hs, y a dos días de cerrar, estoy sentándome a escribir los primeros (y también los últimos) renglones de esta narración que tiene que tener al pan como protagonista. La mismísima hija del rigor. Pero acá vamos.

¿Escuchan? Suenan de fondo unos redoblantes. Indican que se aproxima una entrada triunfal… ¿Quién llega? Empilchada en lentejuelas cual idea brillante, pero con un vestido muy común que demuestra falta de originalidad, hace su ingreso a este gran microrrelato la trillada analogía de que «escribir una historia es como amasar un pan». Frenan los redoblantes, silencio incómodo, y el olor a quemado de un bollo que todavía no empieza a amasarse golpea las narices de los lectores que piensan: ¿cómo se atreve esta «escritora» a semejante acto de descaro? Y junto con ese pensamiento se les escapa una sonrisa, involuntaria e incrédula, porque tal caradurez les causa gracia. (Bueno, cerebritos, sepan disculpar, ¡no todos nacimos Borges!)

Me pongo a buscar los ingredientes para empezar a amasar. En un principio, quería meterle como ingrediente principal 3 tazas de inteligencia artificial. Soy muy fan del chat GPT, pues me ayuda mucho en mi trabajo y con mis dudas cotidianas. Lo primero, y único, que había hecho apenas abrió la convocatoria fue pedirle a la IA que haga lo siguiente para ver qué pasaba: «Escribime un microrrelato sobre el pan que tenga como máximo 1200 palabras». Por supuesto que la subestimé y creí que iba a hacer algo aburrido y sin vida, pero para mi sorpresa, hizo una pequeña historia muy linda e incluso emotiva. Pero bueno, obvio que no iba a usarla, solo estaba probando.

Entonces empiezo esta masa uniendo IA con un poco de agua (no se me ocurre el paralelismo) y, por más que le ponga onda, los ingredientes no se integran. Es como si estuviera mezclando agua con piedras; la pasta no se forma y hacer un pan así pasa a ser un imposible. Un poco frustrada por no conseguirlo, descarto el primer intento.

Vamos de nuevo. Como no tengo los ingredientes clásicos y tampoco voy a salir a comprar, tengo que hacerlo con lo que encuentre en la cocina. Y ahí es cuando veo en el rincón de la alacena el ingrediente que pasó a ser base de esta receta disruptiva: la premezcla de analogía. Sí, esa que había hecho su entrada gloriosa en el segundo párrafo. Sintiéndome feliz de haberla encontrado porque me va a facilitar la tarea, pero un poco avergonzada de recurrir a un ingrediente tan poco mágico, me pongo manos a la obra. Esta vez, en lugar de poner agua, decido que el mejor ingrediente líquido para esta receta van a ser un par de huevos. Sí, señores, huevos. Gran fruta noble, alimento completo. No sé si están o no en la base de la pirámide nutricional, pero si no están deberían, porque a TODO en esta vida hay que ponerle huevos. Rompo 3 y los agrego a la premezcla, y esta vez sí se integra todo preciosamente. Cómo explicarles la sensación de alivio que me recorre el cuerpo. Se va formando una masa bastante hermosa, pero si la dejo así, no va a tener gusto a nada. Sigo revisando y en una estantería encuentro un frasquito de ideas ralladas y le pongo dos cucharadas. Agrego además 100 ml de improvisación líquida y, ya que estamos en eso, media taza de humor en polvo para endulzar (de repente a la golosa le pintó que sea dulce). Va cambiando la cosa, tiene mucha mejor pinta; siento que ya no tengo que agregarle nada más. Bastante cansada y conforme, me voy a dormir y lo dejo leudando para hornearlo en la mañana.

31 de agosto, 11:00 hs. Como es sábado, me levanto tarde. Miro mi pan; está bastante bien, pero no puedo evitar empezar a toquetearlo y agregarle cosas. Después de un rato, quedo satisfecha con el resultado, y aunque probablemente la Corte Suprema de Panaderos me condenaría, yo estoy muy feliz con lo que he logrado. Ya es hora de hornearlo así de una vez por todas queda listo.

¿Adivinan el final?
12:39 hs abro la puerta del horno, sale un humo espeso y detrás aparece una pelota negra. Como lo anticipaba la intro, este pan estaba quemado antes de siquiera empezarlo. El carbonizado era inevitable. Sin embargo, y sorprendentemente, sacando la corteza negra, parece que se puede salvar. Lo descascaro, lo pruebo, está rico, a mí me gusta. Levanto la mirada y los que han llegado hasta acá conmigo también están comiendo. Pareciera que lo disfrutan porque lo están terminando. Con una mezcla de nerviosismo y satisfacción, los miro comer. ¿Lo he logrado? Qué sé yo, no lo sé. Pero así, como quien no quiere la cosa, ya se acaba. Me adueño del últimisimo pedacito que queda y me lo mando. Lo mastico lento, lo saboreo, y disfrutando, lo termino. ¡Ufff, delicioso! El bocadito final, a diferencia de los primeros, tiene un gustito a logro exquisito que me hace deleitarme y sentirme feliz. Y colorín colorado, este pan se ha terminado!

(Ya sé, el desenlace es repentino, poco heroico y le falta desarrollo, pero a sus pesares, es el digno final de un pan a base de premezcla trillada)

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