Es mil novecientos sesenta y siete y las campanas de la basílica de Chinquinquirá dan las cinco de la mañana y en esa pequeña oficina de la panadería Elías está a la espera de don Julián el dueño, ya se comió las uñas y se pasea de un lado a otro, pero quiere terminar con esa incertidumbre. Don Julián por fin entra y cierra la puerta dando un portazo revisando su reloj y frunciendo el ceño.
—Buenos días; aumentos no hay y prestamos no doy, no se te ocurra pedir permisos que ahorita con tanto trabajo ni mencionarlo.
—¡No don Julián, no se trata de eso! —dijo Elías tragando saliva y ya con las manos sudorosas—. Lo que pasa es que su hija y yo somos novios y pues… este, pues ya dimos el mal paso y ella está esperando un hijo y tiene ya dos meses sin la regla.
Don Julián esperaba todo menos esa noticia, Rosa tiene solo dieciséis años está estudiando, esto simplemente debe ser una broma, piensa, pero ve a Elías frente a Él y está esperando su respuesta, no, no es un sueño.
—¿Pero ¿cómo crees que te dejaré casarte con mi hija si eres un vil empleado sin una moneda en tus bolsillos? ¿acaso has enloquecido? ¡nunca mi hija se casaría con un pobretón como tú! —Dijo don Julián y su barbilla le temblaba y su ojo derecho mostraba un parpadeo que amenazaba con salirse de su órbita.
—Traicionaste mi confianza y te aprovechaste de mi hija mi única hija, eso jamás lo perdonaré. Ah y pobre de ti donde al regresar yo de Altamira y estes aquí, ¡No quiero verte ya a esa hora! —Dio un portazo y salió.
Elías se deja caer sobre el sillón, se lleva las manos a la cabeza, llora, sabe que todo está perdido, se quedará sin empleo y sobre todo sin Rosa, aparte su madre y un hermano pequeño dependen de su sueldo para vivir, demasiadas cosas sobre un muchacho de diecisiete años.
Un día antes desde Bogotá un camión transita por el accidentado camino de terracería, hoyos y baches por todos lados, lo mismo transporta personas, que animales, y diversas mercancías, entre ellas cinco bultos de harina para la panadería de don Julián. Entre la carga van veinticuatro frascos de folidol, insecticida para una tienda de productos agrícolas, los mismos son puestos sin ningún cuidado, y un frasco queda boca abajo y para colmo, se rompe, con el vaivén del vehículo el liquido del frasco alcanza a un bulto de harina y esta se empieza a humedecer.
Elías después del encuentro con don Julián busca a Rosa en el área de venta de la panadería, ambos parecen chiquillos que rompieron una vajilla cara y esperan el castigo. Están ansiosos y temerosos por las represalias que les esperan ya que no tienen la mínima esperanza de ser perdonados.
—¿crees que mi papá nos perdone y nos deje casar?
—Yo creo que tu papá no esta nada contento, me dijo que, si al volver de Altamira me encuentra, me va a echar, creo que ya perdí mi trabajo y sobre todo a ti.
—¡No digas eso! Tiene que haber un escape, o sino vámonos de aquí, llévame a donde quieras, pero que El no nos separe —dijo ella y comenzó a llorar y se mordía los dedos llevándose las manos a su vientre.
—Tu sabes que mi mamá y mi hermanito dependen de mí, si no fuera por eso ahora mismo nos iríamos, pero entiende no puedo escapar, ya encontraremos la solución.
Después de eso Elías se puso a revolver la harina y el estado de ánimo no le impidió notar un olor raro, un olor picoso y agrio como ajo muy fuerte en la harina, Vio a lo lejos que don Julián aun estaba en el patio y fue de manera rápida a decirle lo que notaba en la harina y su extraño olor, pero don Julián solo le dijo que se limitara a terminar la labor del día y que agrio estaba el y no se quejaba. Elías se encogió de hombros y siguió dándole forma a la masa, llenando sus charolas, espolvoreando azúcar, triturando canela, barnizando con leche los panes y dejándolos reposar y después metiéndolos al horno, sacándolos ya cocidos, olían a dulce, canela y se antojaba remojarlos en café o leche.
Elías y sus dos ayudantes empiezan a trasladar el pan a la sala contigua para su venta. La gente del pueblo comienza a ir por su pan recién horneado.
Don Julián no fue a Altamira, antes de tres horas ya estaba de vuelta y llama a Elías al patio.
—Sabes ya lo estuve pensando y ahorita en cuanto termines de recoger y ordenar la mesa de trabajo, tomas tus cosas y pasas conmigo para pagarte tu semana que corta hoy sábado.
—pero don Julián ¿de verdad es su última palabra? ni siquiera lo va a pensar? —Dijo de manera angustiada y en su mente ya no sabia si le importaba mas Rosa y su embarazo o el saber que su madre y hermano se quedarían sin comer a partir de ya.
Rosa estaba en la panadería atendiendo los clientes, y tenía un bollo en la boca, le dio tres mordidas mas y el pedazo que le faltaba por terminar se le escapó de la boca y cayó al suelo. Parecía que el resto de bollo huía de ella. sonrió y no perdía de vista la conversación de los dos hombres que más quería en la vida.
De pronto comenzó a sentir que la cabeza le daba vueltas, nauseas y corrió al baño. Al mismo tiempo en la calle comienzan a pasar unas mujeres gritando y con un niño en brazos y el niño vomitando. Mas allá viene un hombre con dos niños, los trae cargando, se oyen alaridos, gente corriendo, adultos vomitando otros acalambrados ya por la diarrea que les ha minado sus fuerzas para seguir corriendo, es un caos la mañana de ese sábado en Chinquinquirá
Rosa, ya no salió del baño, ahí se quedó pensando en su padre, si la va a perdonar, si la va a dejar casarse con Elías, sollozando despacio porque desea un abrazo de su Elías pero ya no tiene fuerzas para llamarlo, entre abre la puerta del baño, a lo lejos ve el caos de gente, ve cada vez más borroso y ya no tiene fuerzas, su vomito la ahoga, cae en el sueño eterno.
Setenta y tres personas acompañaron a Rosa en su viaje esa mañana de sábado. Todas ellas tuvieron en común el haber degustado un pan recién salido del horno de la panadería de don Julián.
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