―No me digas que no quedan madalenas.
―Se las han llevado todas nada más abrir.
―Bueno, pues dame una de cruasanes.
―¿Qué más?
―Dos chapatas.
―Mamá, acuérdate que Aurora no viene.
―Bueno, congelamos una.
―¿Qué más?
―Ya está, Dulce, gracias. ―Teresa María saca el monedero para pagar―. ¿Te enteraste de lo de anoche?
―No se habla de otra cosa.
Las tres se miran. Parece que alguna va a decir algo cuando entra Juan el Largo, saludando con voz ronca.
―Hola, niña. Dos pistolas.
―¿Qué más?
―Adiós, Dulce. Adiós, Juan.
―Adiós, adiós. ¿Te quedan madalenas?
―No, se las han llevado a primera hora.
Entran Mari y Nono mientras Juan el Largo sigue con mueca de «vayapordios».
―Pues ya estamos de vuelta, que se nos olvidó llevarnos unas rosquillas.
―Pues dame unas rosquillas a mí también, ya que estos se llevan todas las madalenas. ―Juan no ha pasado por alto las bolsas repletas que lleva Nono.
―Hay que venir antes.
―No estoy yo para hacer cola.
―Vaya ojeras.
―Aquí tiene.
―¿Qué? ¿Estuviste anoche?
―Ya ves si estuve ―dice recogiendo la bolsa y preparando el monedero.
Entra Toñi mientras Juan paga.
―Holaaaa ―dice estirando la vocal con prosodia burlesca.
Toñi se pone a hablar con Nono y Juan mientras Dulce le da las rosquillas a Mari.
―¿Qué más?
―Mira, me llevo estas regañás, que tengo un queso…
Juan hace por salir, pero Toñi le bloquea con la palabra:
―Ten cuidado que dicen que va a venir.
―¡Qué va a venir ni venir! ―responde Juan con algo de mal humor―. Deja anda, que me voy.
―¡Huy! ¡Cómo está esto! ―dice Carlota desde la puerta, casi chocando con Juan.
―Venga, vamos ―dice Nono, que intercambia mirada guasona con Mari, Toñi y Dulce.
―Dame un quilo de pan rallado, Dulce, guapa.
―¿Qué más?
―Unas galletas de esas, y cuatro tortas de anís.
―¿Han venido tus sobrinos?
―Ya los tengo dando guerra.
―¿Estuvisteis anoche? ―dice Carlota cuando se quedan solas.
―Yo sí.
―¿Qué más?
―Dos barras.
―¿Va a venir?
―Yo si fuese ella, no. ¿Que más?
―Unas madalenas.
―No quedan.
―¿No quedan madalenas? ―dice Carlota―. Bueno, pues nada. ¡Hasta luego! ―Y se va.
―Bueno pues dame esta coca. No, la otra.
―¿Qué más?
―Nada, así está bien. Pues yo sí que vendría.
―¿En serio?
―Sí.
―¿Pero es verdad lo del taxi?
―¿Qué taxi?
―Lo de que se lo llevaron en taxi.
―¿En taxi? ¡Qué va! Se fue andando. Haciendo eses pero andando.
Entran Guille y Rafita. Piden dos empanadas de carne y se las empiezan a comer incluso antes de pagar. Pagan y se van rápidamente.
―Y después de que se fue, hubo otra más.
―¿Otra?
―Ya ves.
Entra Juan el Perchas, que saluda tímidamente.
―Bueno, pues nada, hija, gracias por todo.
―Hasta luego.
―¿Qué te pongo, Juan?
―Pues deme cinco molletes.
―¿Qué más?
―¿Tienen pan de cristal?
―No.
―Pues ese pan de centeno de ahí.
―¿Qué más?
―Madalenas.
―No quedan.
―Vaya. Pues nada, así está bien.
Dulce se queda sin clientes durante seis minutos, que aprovecha para hacerse un café y ojear el periódico local. Entonces entra Espe.
―Hola Dulce.
―Hola.
―Dame tres de integral.
―¿Qué más?
―Nada, así está bien. ¿Te has enterado de lo de anoche?
―Sí. Parece que hubo otra más después.
―¿Sí? ¿Después de que se fue?
―Eso dicen.
―¿Y va a venir?
Dulce se encoje de hombros.
―A mí no me parece.
―¿Que venga?
―No, digo lo de anoche.
―Ah…
―No es plan.
Entra Macario.
―Hola, Macario.
―Hola.
―Estábamos hablando de lo de anoche.
―Cuidado…
―Da igual, si está a lo suyo.
―A mí no me parece.
―A mí tampoco. Pero qué quieres que te diga, mujer, si son fiestas.
―Las que tú quieras, pero una cosa es una cosa y otra…
―Parece que hubo otra después.
―¿Otra? Pues vaya.
―¿Qué te pongo, Macario?
―Pues mira, dame cuatro o cinco de esas napolitanas. Dos palmeras blancas.
―No quedan madalenas ―dice Toñi.
―¿Qué más?
―Tengo del otro día. Dame también una hogaza. Parece que a Moncho ya le han dado el alta…
―Menos mal, pobre hombre.
―Bueno, cuidaros.
Macario se va y Espe se queda.
―Mira, ponme una cuña también, que la hago en trozos con el café luego.
―¿Qué más?
―Nada, niña, cóbrame. Pues eso. Que si son fiestas… Pero por muchas fiestas que sean, a mí no me parece. Y si encima hubo otra después, no se puede consentir. No es de recibo.
―¿Verdad?
―Y menos mal que a Moncho le han dado el alta rápido. No es propio del farmacéutico.
Entra Moncho con la cabeza vendada.
―Hola, Dulce; hola, Espe…
―¡Pero bueno! -dice Espe -. De ti estábamos hablando. Que ya no eres un crío. ¿No te parece?
―¡Ay, Espe! ¡Déjame anda! No me sermonees.
―¿Pero te parece normal?
―Pues mira, la primera sí, qué quieres que te diga. Ponme unos bollos, Dulce, maja.
―¿Qué más?
―Madalenas no te quedarán, ¿verdad?
Se produce un silencio algo incómodo. Dulce mira de reojo a Espe.
―Me queda una bolsa aquí.
Dulce le alarga la bolsa de madalenas ante la mirada asombrada de Espe y la mía.
―¿Qué más?
―Nada. Bueno, una barra de las pequeñas.
―¿Cómo quedó la Isa?
―Fatal… ¿Estuviste?
―No, qué va.
―Fatal.
―Mira, me ponéis… me voy que me cabreo. Ahí os quedáis ―dice dejando el dinero encima de la barra.
Moncho y Dulce se quedan un rato sin hablar. Noto que me echan un par de miradas.
―Bueno, gracias por guardarme algunas madalenas… si quieres, ya sabes.
―¿Qué más?
―Nada, buenos días.
Moncho sale. Dulce ya no sonríe. Se da cuenta de que me he quedado mirándola.
―Estáis gilipollas con la consola todo el día. Vete con Guille y Rafita un rato, anda.
Apago la consola y salgo precipitadamente, cruzándome en la puerta con dos policías nacionales.
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