El último pan.

El último pan.

Karel Mathins

23/08/2024

En un pueblo olvidado por el tiempo, donde el frío parecía ser eterno y la tierra yacía seca bajo un cielo gris, había una pequeña panadería. Era la última que quedaba abierta, y su único panadero, don Jacinto, un hombre de manos ásperas y mirada cansada, seguía horneando cada día, a pesar de que casi nadie venía ya a comprar.Don Jacinto horneaba por costumbre, pero también por esperanza. Recordaba cuando su panadería era el corazón del pueblo, un lugar donde las familias se reunían, los niños corrían y reían, y el aroma del pan recién hecho llenaba las calles. Pero esos días parecían pertenecer a otro mundo. La sequía había arruinado las cosechas, y el hambre había expulsado a la mayoría de los habitantes en busca de un destino mejor. Cada mañana, don Jacinto se levantaba antes del amanecer y amasaba la masa con paciencia. Conocía cada grano de harina, cada burbuja que se formaba durante la fermentación, y cada chispa que salía del horno. Su pan no era solo comida; era un testimonio de su vida, de su lucha y su amor por el oficio.Un día, al salir el sol, don Jacinto notó que su harina se estaba agotando. Solo quedaba suficiente para un último pan. Sintió un nudo en el estómago al darse cuenta de que este podría ser su final como panadero. No obstante, decidió que haría ese último pan con más dedicación que nunca. Amasó la masa con ternura, como si estuviera dando forma a su propio corazón. Esperó con paciencia a que la masa subiera, sabiendo que cada minuto era valioso. Finalmente, metió el pan en el horno, observando cómo la corteza dorada comenzaba a formarse, crujiente y perfecta.Mientras el pan se horneaba, una figura apareció en la puerta de la panadería. Era una joven que don Jacinto no había visto antes. Su rostro estaba marcado por el cansancio y el hambre, pero sus ojos brillaban con una luz que don Jacinto reconoció: la esperanza.

—¿Tienes pan?—preguntó la joven con voz temblorosa. Don Jacinto asintió en silencio y sacó el pan del horno. Lo colocó sobre el mostrador y lo cortó con delicadeza, dejando que el vapor cálido se liberara en la fría mañana. Le ofreció un pedazo a la joven, quien lo tomó con manos temblorosas y lo llevó a sus labios. La joven cerró los ojos mientras masticaba lentamente, como si cada bocado fuera un regalo. Cuando terminó, miró a don Jacinto y, con lágrimas en los ojos, le dio las gracias. Sin decir una palabra más, don Jacinto le entregó el resto del pan. Sabía que ese pan no solo la alimentaría, sino que le daría la fuerza para seguir adelante. Mientras la joven se marchaba, don Jacinto sintió que su misión había terminado. Esa noche, cuando el pueblo se cubrió de oscuridad, don Jacinto cerró la panadería por última vez. Pero no lo hizo con tristeza. Sabía que su pan, el último pan, había llevado esperanza a alguien más. Y en ese acto final, había encontrado la paz.

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