EL PAN DE LOS HUMILDES

EL PAN DE LOS HUMILDES

EL PAN DE LOS HUMILDES

El cuerpo dolorido de la cordillera se recortaba en el azul insipiente de la madrugada. El sol luchaba por salir al igual que todos los campesinos que despertaban a la lucha diaria por sobrevivir. En esta parte del atormentado país se libraba una lucha permanente entre guerrilleros, narcotraficantes, y la fuerza pública que, hacia insuficientes esfuerzos por terminar con ese flagelo, y en el medio estaban los campesinos debían vivir con el miedo colgado a sus espaldas.

Pedro había llegado diez años atrás con Rosa su amada esposa, huyendo del terror que de niño sintió al ver asesinar a su familia. Se hizo hombre y conoció a la mujer con quien compartiría su vida, de ese amor tan grande nacieron sus dos hijos que eran toda su felicidad. Así que decidieron partir a buscar un sitio tranquilo donde los pájaros cantaran en la mañana sin el sonido de las balas, un sitio donde sus hijos vivieran respirando el aire del amor y la libertad. A pesar de ser panadero de oficio heredado de su padre y de su abuelo tuvo que aceptar un trabajo de jornalero que lo obligaba a herir la tierra ajena con el azadón. De vez en cuando levantaba la mirada al cielo buscando a Dios para rogarle que le permitiera volver a amasar el pan, ese pan artesanal que con tanto amor horneaba y que él llamaba el pan de los humildes. Rosa con sumisión absoluta preparaba en silencio los alimentos para toda la cuadrilla. En esa época todo era tranquilidad, aunque con mucha pobreza. Con el tiempo pudieron ahorrar algún dinero y compraron un lote en una hermosa ladera pegada con amor al filo de la montaña distaba del camino veredal unos quinientos metros que debían recorrerse caminando por la agreste vegetación. Ese camino veredal era la única vía para llegar al pueblo que contaba escasamente con pocas casas, una iglesita, una tienda donde podían adquirir los pocos víveres que allí suministraban. Con mucho esfuerzo fueron construyendo su casita pegando cada ladrillo con amor, ilusión, mucho sudor y lágrimas. El frente de la vivienda lucía un precioso corredor donde las flores danzaban mostrando sus colores. Y que en las tardes se ofrecía como sitio de regocijo donde se sentaban a gozar de los hermosos atardeceres teñidos de color de hoja seca con algo de tono rojizo. Dios estaba en todas partes. Eran felices en medio de su franciscana pobreza. Al poco tiempo logro Pedro hacer su horno de barro y empezó a realizar el sueño de hornear el pan, el pan para calmar el hambre de los pobres. El éxito fue casi inmediato, todos querían adquirir su pan, el cual era además de delicioso lo vendía super barato, así que estaba al alcance de todos los campesinos de la región. Un día, un terrible día se presentaron unos personajes en el pueblo, derrochaban dinero, a muchos de los habitantes les regalaban miles de pesos que nunca soñaron con poder ganarlos. Llego al pueblo el flagelo de la droga que definitivamente traería el dolor a las gentes de esta región esta vez ya no era el hambre que apenas con el pan que horneaba Pedro se satisfacía, esta vez el dolor sería más grande, se perdió la inocencia de nuestra gente básica, las pasiones, la mentira, el robo, se fueron apoderando de los pobladores y sus ramas se fueron extendiendo a las veredas. Por cuenta de estos narcotraficantes los campesinos empezaron a sembrar coca, y rápidamente se extendió este cultivo por toda la región, y las autoridades no aparecían por ningún lado. Pero realmente la riqueza la obtenían los bandidos, los pobres seguían siendo pobres agregando a sus vidas la humillación y el dolor que causaban a su ya cansada existencia. Pedro por gracia de Dios pasaba sin ser afectado por esta situación, parecía un testigo invisible, pero lo cierto es que su misión era sagrada, debía hornear el pan que mantuviera a la población con algo de esperanza, así que todos los días madrugaba a amasar con fuerza esa masa que diera el pan que aliviara un poco el hambre que los atormentaba. Pero los males para este pueblo sufrido no paraban, un día para olvidar incursionaron en el pueblo mucha gente con uniformes militares, armados hasta los dientes, no eran militares, eran guerrilleros que decían que por ese lugar era el camino apropiado para el trafico de la droga, estos eran mucho mas poderosos que los narcotraficantes que llegaron inicialmente, así que se apoderaron de tierras y de gentes, establecieron sus reglas, y al que no cumpliera firmaba en ese instante su sentencia de muerte. Y Pedro seguía produciendo su pan, el pan de la esperanza. Cerca del pueblo estaba enclavada en un rellano la única escuelita en muchos kilómetros a la redonda. Era una construcción de un solo piso, contaba con un solo salón donde una maestra relativamente joven les impartía clases, allí asistían niños de todas las edades lo que hacia un poco dispendioso establecer los temas de estudio, pero ella con mucha habilidad y paciencia lograba satisfacer a todos sus pequeños estudiantes.

Al poco tiempo de estar sufriendo el flagelo de la droga, llegaron los guerrilleros, este hecho se sumaria al ya existente, aumentando el dolor y la tristeza sobre la humilde gente de la región. Según decían ellos consideraron que ese sitio era un corredor perfecto para el movimiento de la droga al exterior. No les costo mucho trabajo someter a sus salvajes torturas. Sin embargo, Pedro seguía horneando el pan, ese pan bendito que como único alimento posible los humildes recibían, nadie lastimaba a Pedro, parecía protegido por el todopoderoso. Y el pan siempre llegaba a la casa de los humildes. Un día los bandidos llegaron a la escuela, entraron al salón de clase, los niños asustados corrían a protegerse al lado de su maestra que furiosa los increpaba. Ellos con mucha calma le dijeron que venían a llevarse a los niños mayores de doce años para que sirvieran en la lucha armada para liberar al pueblo. La maestra los defendía con los dientes apretados, pero ante la fuerza de aquellos despiadados seres le fue imposible evitarlo, así que se llevaros cinco, tres niños y dos niñas. Todos lloraban y rogaban a Dios por ellos. Nadie pudo hacer nada, los guerrilleros eran la ley en aquella parte olvidada de la república.

Una tarde cuando ya casi terminaban las clases en la escuela y el sol cansado buscaba descansar sobre las curvas de la montaña. Pedro regresaba del pueblo donde compraba la levadura para hacer el pan de la mañana siguiente, pasaba frente a la escuela cuando una ráfaga de tiros perforaba sus pobres paredes. La maestra presurosa ordena a los niños acostados debajo de sus pupitres, y con el corazón palpitante los hace cantar tonadas infantiles. Mientras afuera Pedro tratando de impedir la masacre cae bajo el miserable fuego de los bandidos y el pan quedo esparcido por el suelo entre el barro y la sangre. Muere Pedro y muere la esperanza. El pueblo seguirá sufriendo solo Dios sabe hasta cuándo.

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