No había nada que le apeteciera mas que llegar a casa. Después de pasar todo el día en el cole con prisas, madrugones y algún que otro contratiempo, llegaba el premio a las 6 de la tarde. no a las 18:00 h. , no a las 6 p.m., a las 6 de la tarde, sin más (perdón que me despisto), a lo que iba.
Ese premio era el maravilloso bocadillo que su madre le preparaba al igual que a sus hermanos. Podía ser de chocolate, de mantequilla de colores, de chorizo, de boquerones en vinagre, pero sin duda su favorito era el de calamares.
Ese maravilloso bocadillo de calamares, que aún sigue haciendo que sus papilas gustativas se hicieran agua, ese agua tan necesario para comerse un buen bocadillo.
Además se lo comía en la calle, jugando al bote, al escondite o saltando a la comba o la goma, que delicia, hasta que una voz por la ventana te gritaba » a subir».
Era tal amor por el olor delicioso del pan, que siempre soñaba que de mayor le gustaría tener una posada, hoy «casa rural» y daría al camínate comida y cama. En esa posada, tendría su huerto, su caballo, sus gallinas y sus flores para poder iluminar su alma con sus vivos colores.
Pero, solo eran sueños, la gran ciudad le empujaba a esa inercia voraz, a lo inmediato. Estudio administración de empresas, marketing, se reciclo hasta la saciedad, y el humo de los coches la asfixiaba, el calor del asfalto la consumía y llego a vivir sin pensar.
Solo, cuando dormía, podía soñar, eran sueños sugerentes, podía anticiparse a los acontecimiento con su firme propósito de alcanzar lo que soñaba.
Hasta que un día leyó una noticia y su vida cambió.
No tenia que convencer a su perrita gallega, ni a su pareja que sabia perfectamente lo que anhelaba, no tenia ningún tipo de impedimento, solo coger ese tren, tren con destino a la felicidad.
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