Desde chico, mi madre me enseñó a hacer un pan, que, por lo que había degustado en mi corta edad de 6 años, era único, y el más rico. Los ingredientes nunca me los dijo, solamente me decía que los tenía que ir descubriendo a medida que mi vida avanzaba.

Aquel pan, amado por varia gente, era el único en mi ciudad, en la cual, un pequeño trozo de ello era el cielo para algunos, y algo simple para otros. En el caso de mi pueblo, era un cielo, ya que, la guerra que habría finalizado hacia unos meses había roto la infraestructura del pequeño pueblo en medio de la nada.

Recuerdo que a mis hijas, cuando les prepare este pan, con mucha dedicación y cuidado, no decían nada, porque estaban tan asombradas de aquel sabor y olor, que, en lo único que pensaban, era en el pan que había hecho. A pesar de que no estábamos en la situación en la que yo estaba de niño, y vivíamos en una ciudad linda y próspera, aquel pan me recordaba los viejos tiempos, en donde un trozo, era un banquete.

Ahora estoy escribiendo esto, en la tumba de mi querida madre. Le he hecho el pan que tanto le gustaba, y el mismo que ella me enseñó a hacer de pequeño.

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