Pancror se llamaba la rebanada cubierta de mantequilla que se derretía a la espera de un mordisco, que no llegaba. En sus confines habitaban: un huerto de plantas carnívoras, un castillo con plumas verdes y un elefante con cinco trompas. La convivencia entre ellos era pacífica; el elefante, el único que podía caminar, no se atrevía a moverse más allá de su territorio. El castillo se estaba desmoronando y las plantas carnívoras languidecían hambrientas.
Un ojo intruso gritó: “Come”. Era mamá que entra en Pancror todos los días sin que nadie la invite. Se mueve por ese pequeño planeta como por su casa; entra y sale, entra y sale tan rápido como Flash.
El revuelo que formó hizo que el castillo agitara sus plumas, intentando escapar de esa prisión.
El elefante, ajeno a esos esfuerzos, estaba a sus anchas, aplastando migas mientras se duchaba; de sus trompas salió disparado un reguero de agua, que cayó dentro de la taza.
– ¡Ag! – exclamó Elena, que ya encontró una excusa para no tomarse la leche.
Las plumas del castillo crecían y crecían. Eran tan largas y desgreñadas que tendría que usar un cepillo para peinarlas, pero estaban resultando inútiles para volar.
Mamá, que nunca desayuna con ella, repite: “come, come, come”.
Elena, por fin, se rindió y abrió la boca, pero antes de que pudiera morder al elefante, éste volvió a hacer de las suyas y le lanzó agua, empapándole la cara que provocó sus carcajadas.
– ¿Qué haces riéndote, Elena? Es tarde.
La carcajada reverberó, convirtiéndose en una risa aterradora. Su dueño era un mono que trepaba por una almena. Saltó por las plumas y amenazó con abalanzarse sobre el elefante, pero éste se movió lo más rápido que pudo y cayó atrapado en el huerto, donde las plantas se dieron un festín.
Al ver la sangre del elefante indefenso, a Elena se le atragantó un trozo de castillo que había comido y corrió al baño. Se tapó los oídos para no escuchar al mono, que seguía con su risa.
El ojo asomó por la puerta: “Es tarde, es tarde, es tarde”.
– Me duele la tripa, mamá.
– Ya sabes que tienes que ir al cole.
Miró a Pancror , el mono saltaba sobre las plumas, desgarrándolas, le sacaba la lengua y se burlaba de ella.
Se puso su chaqueta verde. Con su estómago encogido, salió de casa. 
Otro día la esperaba su compañera en el colegio.
 
         Pancror
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 Historias del pan II
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