Corre el año 2.150 y cómo cada mañana al desayuno tengo que reprimirme para no gritar ¡De ese pan NOOOO!

Vivo con mi nieta, en lo que yo describo como una jaula inteligente con ruido blanco; en una ciudad sostenible.

Acabo de despertar. Son las 7:55 a.m. El sensor del despertador detecta mis movimientos y se apaga automáticamente. De inmediato me coloco en la cabeza mi gorro de papel de aluminio, para evitar que lean mis pensamientos. Encima me pongo la peluca.

La habitación se llena de los acordes de la nueva canción “Feliz cumpleaños”. Hoy cumplo 125 años. Soy muy saludable gracias a las Med Beds, uno de los mejores inventos de la tecnología.

Se apaga la música y oigo esa maldita voz del robot (que se cree humano y usa delantal), preguntándome si quiero pan y café. Y sin esperar mi respuesta, prendió la impresora 3D.

Estoy a punto de perder el control y gritarle ¿a esa porquería le llamas Pan? ¡De ese pan NOOOO! No way! Pero me controlo, ya que si salgo de mis casillas enviará un mensaje a mi nieta al sitio “estados de ánimo de la abuela”, aconsejando cualquier locura; como si esa cosa supiera de sentimientos.

El robot me recuerda que a las 9 a.m. tengo cita para mi tratamiento bio sanador con biofotones. Y pienso que después del tratamiento me daré una escapada al Museo del Pan y el Café. Allí me comeré un pan como Dios manda, acompañado de un real y auténtico café.

Mañana le diré a ese pedazo de metal y cables (que se cree humano y usa gafas de sol):

¡De ese pan NOOOO! No way!.

Y le pegaré todos los 1.000 imanes que he ido comprando y así lo neutralizaré.

¡Basta de pan impreso en 3D!

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