Rebanadas de pan tostado

Rebanadas de pan tostado

Todo era igual: el olor del café en la mañana, la brisa cálida en el corredor, los pájaros y las abejas revoloteando sobre las flores amarillas que rodean el jardín, el murmullo del riachuelo. Ella apoyó las manos en la barandilla, suspiró. El pijama rozaba suavemente su piel, mecido por el viento: una sutil caricia.

Al escuchar el ruido del salto de las tostadas, regresó a la cocina. Tomó las rodajas calientes y humeantes, las puso sobre el plato de porcelana que habían comprado en esa feria de artesanías. Su cálida fragancia la invadió. Sirvió su café y caminó hacia la mesa del balcón. Siempre, sin importar el clima, desayunaron en esa mesa rustica.

Se sentó y observó las montañas, lejanas. Tomó una rebanada entre sus manos y esparció sobre ella la mermelada. Sintió sobre su cuerpo aquellas primeras caricias deslizándose por su piel; aquellas manos expertas, dulces y delicadas, que disiparon su timidez. Se sonrojó.

Un pájaro sobrevolaba el cielo, sintiéndose el dueño de esa inmensidad; sin prisa, sin rumbo. Sonó el “crash” de la tostada entre sus dientes, imperceptible; como las alas contra el viento, como el sexo cediendo ante el placer aquella noche inolvidable. Disfrutó esa sensación en su boca, ese sabor del pan en su perfecta textura. Ese recuerdo.

El aroma de las flores del naranjo extasiaba su mente. El sabor dulce de la mermelada en su boca extasiaba su cuerpo. Recordó el día en que llegaron a aquel mágico lugar. Sintió la tibieza de sus brazos rodeando su cintura, mientras ella, deslumbrada, contemplaba el paisaje; recordó su boca húmeda perdiéndose en el beso. Pasó la lengua por sus labios, retirando el dulce de ellos, alejando esa melancolía.

No había nubes en el cielo; sintió el calor de los días de verano. ¿Por cuánto tiempo las tostadas mantienen esa textura perfecta, esa tibieza que, al contacto con la mermelada, las hace exquisitas? Se preguntó mientras saboreaba cada mordisco y se perdía en sus pensamientos, recordando cada momento disfrutado junto a él.

Todo era igual: belleza y magia. Tantos años compartidos. Cuántas veces se deleitaron ante ese placer, disfrutando el desayuno, el pan recién tostado; sentados en la mesa del balcón, respirando el aire fresco de la mañana, observando esas montañas que se perdían en el horizonte. Se sintió sola frente al mismo paisaje, con la misma quebrada rompiendo el silencio, con las mismas aves surcando el cielo, sin ningún cambio. Pero dentro de ella todo era distinto.

Pasaban los días y las noches, sus vidas se consumían; como se consumen las tostadas en cada mordisco: con el placer del pan cálido, crujiente y dulce. Pero la rutina marchitó el encanto. Él era todo lo que ella había soñado: su conversación, su alegría, su presencia, su calor, todo. Tomó un poco de café.

Cuando terminó su primera tostada, se paró, instintivamente, a colocar los otros dos panes en el tostador, como lo había hecho siempre. Pero esta vez no era necesario. Regresó a la mesa, sirvió un poco más de café.

¿En qué momento comenzó a enfriarse en ella ese calor, esa locura? No lo sabía, en cualquier curva del camino. Su tostada aún conservaba un poco de tibieza, empezaba a enfriarse y la mermelada la hacía menos crujiente. Igual que ella… en algún momento. Sin más razón que el tiempo.

Tomó la tostada entre sus manos, no pudo evitar las lágrimas. Aún la seducía su sabor, el placer; sintió que pronto debía terminar. Las pocas nubes que aparecieron en el cielo la acompañaban, los pájaros cantaban a su alrededor, la quebrada continuaba su camino. Cerró sus ojos y disfrutó de esa dulzura, de esos últimos bocados que saciaron su hambre.

Retiró las migajas de su boca, con un gesto suave, borrando lo poco que quedaba de él. Secó las lágrimas con sus manos. Caminó despacio hacia su cuarto.

Miró con nostalgia el lado de la cama sin destender, frío. Dejó deslizar el pijama por su cuerpo. Desnuda, sin sentir ya su mirada, se alejó de aquello que fuera su vida. Cerró la puerta… por costumbre, nadie la observaría. El ruido del agua sobre su cuerpo se escuchó en ese silencio…borrando el pasado.

Era hora de empezar de nuevo.

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