LAS PENAS CON PAN

LAS PENAS CON PAN

Yess Torres

16/08/2024

_¡Quédate! 

_¡Entiende, ya lo decidí!

Quiero correr, brincar del balcón, gritarle que vuelva, que lo amo y que estoy orgullosa de el ¡aunque sea un malagradecido y haga que mi mundo se desmorone!


Brillaba su pelo al sol, oscuro y lacio. Sus ojos cerrados y «apretaditos». Solo los abría cuando tenía hambre. No enfocaba al mirar. «Se le pasará» afirmaba mi mamá _Aún está tiernito. Y así fue,  un par de meses después no podía dejarlo un minuto sin tener miedo que algo le pudiese suceder. Se metía cosas a la boca que podían asfixiarlo, trepaba la cuna, lloraba cuando quería atención, tenía hambre, estaba cansado, aburrido, sediento, le dolía algo, lloraba para sentir sus lágrimas rodar por sus mejillas, y también lloraba sin lágrimas; lloraba todo el día. 

Pero cuando sonreía, volvía a nacer el mundo, brillaban las estrellas, opacaba al sol, contagiaba a la felicidad de felicidad. Era tener los extremos de la vida; la responsabilidad más grande y el más increíble regalo del universo. 

El invierno es tan frío en ésta parte del mundo. Le vestía con un mameluco amarillo que cubría todo su cuerpo, le decía «pollito». Lo sentaba en su sillín de bebé en la cocina, frente a mi, siempre frente a mi para estar vigilándolo y el a mi, que no lo fuera a «abandonar». Horneaba unas galletas de mantequilla para que se calentase toda la cocina.  

Tomaba una con sus manitas, la llevaba a su boca, la humedecía con su saliva, lo veía disfrutarla, impregnando los sabores a todas sus papilas gustativas, a su memoria. 

Perdía la noción del tiempo contemplándolo. 

Estuve allí cuando decidió no necesitar «brazos» para trasladarse, empezó a correr antes de caminar. 

Cuando comenzó el preescolar tenía una pequeña mochila en la que llevaba «tesoros»: carritos y galletas de mantequilla.


Ese día, tomó una mochila, aún seguía siendo pequeña pero ya no era colorida ni con «dibujitos».  Metió en ésta la ropa que cupo, bajó los escalones rápidamente abrió la puerta; yo corrí hacía el balcón para alcanzar verle salir de casa,  _!regresa! espeté, deseosa a que voltease y que al mirarme llorar se arrepintiera, no lo hizo; se fue…

Ya se sentía capaz para «dejar el nido» y volar.

Aunque para mi, siga siendo solo un niño con bigotes de leche comiendo sus galletas de mantequilla mientras escucho sus aventuras escolares, sus nuevos descubrimientos, sus sollozos por amigos «traicioneros», su risa, sus amores, sus logros, su silencio y ahora, su ausencia. 



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