En el medio del campo había una sola escuela y una maestra para todos los estudiantes, grandes y chicos. Al llegar su día todos traían regalos hechos o comprados.

Qué podía hacer mi padre más que avergonzarse de su pobreza?

La maestra era merecedora de todas las cosas porque con dulce paciencia les enseñaba a desentrañar los misterios de la escritura. Ese día, ese día decidió llevarle lo más valioso envuelto en un papel. Se quedó último en la fila para tomar coraje. Caminando despacio llegó hasta sus ojos verdes y su carita inolvidable. Extendió su mano y le dijo con timidez:

— Gracias maestra por todo lo que nos enseña… Ella sorprendida al recibir el presente lo desenvuelve: era un pedazo de pan con chicharrones que había amasado la abuela.

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